Desde la lejanía forzada de Waterloo, CarlesPuigdemont intenta jugar a estadista de la política española, gracias a los siete escaños que Junts x Catalunya tiene en el Congreso de los Diputados, que son indispensables para PedroSánchez. Pero la manera que tiene de jugar estas cartas es voluble y desconcertante, empezando por los suyos.
Por un lado, Carles Puigdemont se ha convertido, gustosamente, en la caja de resonancia de todos los lobbies empresariales que se acercan a Waterloo para pedirle que sabotee las medidas más sociales que impulsa el Gobierno de Pedro Sánchez, como la jornada laboral de 37,5 horas semanales. Le gusta que los poderosos lo halaguen, ya que de esta manera se considera importante, aunque esto vaya contra los intereses de la gran mayoría de sus votantes, que se beneficiarían de esta reducción horaria.
En cambio, ha ordenado que Junts x Catalunya no firme el Pacto Nacional por la Lengua, un avance histórico en la defensa del catalán que ha contado, entre otros, con el apoyo de CCOO y UGT. Puigdemont lleva a su partido a posiciones de derecha y de extrema derecha, contradictorias e incomprensibles.