Ciertamente no era un ciudadano convencional. Ser Papa de la Iglesia católica no sé si imprime carácter además de infalibilidad como dicen los cánones, pero a ciencia cierta proporciona reconocimiento y liderazgo global aunque el mundo del catolicismo ya no sea lo que era como tampoco lo son hoy en día los principios de autoridad. El impacto de su traspaso, que no puede negarse que tiene bastante trascendencia, rebasa de mucho la proporcionalidad que se le debería suponer. A veces, eso que vivimos en una sociedad laica no acaba de parecerlo y los medios se empeñan en sobreinformar sobre cosas que, de hecho, no dejan de ser tan naturales y que nos acercan a todos como es la muerte.

Dicen las encuestas recientes del CIS que en España un 50% de la gente ya afirma abiertamente formar parte del mundo de los descreídos. Una constelación amplia y variada como supongo que lo es la de los que se confiesan como católicos, muchos de los cuales practican más bien poco. Aceptemos, sin embargo, que la influencia cultural, política y religiosa de la iglesia decimonónica es todavía importante, pero sobran crédulos de última hora que parecen más interesados con el espectáculo que por otras cosas, como si quien hubiera muerto fuera, por poner un ejemplo, la reina de Inglaterra.
Ciertamente Bergoglio –Francisco, como delegado de Dios en la tierra-, ha sido una figura más carismática que muchos de los anteriores. Alguien diría que un dirigente de formas populistas y con compromisos y afirmaciones firmes. Los que ahora lo tildan de progresista o revolucionario, como el apreciado Javier Cercas, creo que exageran un tanto, se pasan de frenada. Ha expresado empatía y compasión con los pobres y desvalidos y practicado la virtud de la clemencia, lo que, ciertamente, no se puede decir de muchos de sus antecesores. Se ha confrontado con la xenofobia y el autoritarismo creciente no plegándose totalmente a las exigencias de la geopolítica de hoy.
Los sectores más carcas de la Iglesia actual han hecho serios intentos de apuñalarlo por la espalda y, a bien seguro que jugarán sus cartas en el proceso de sustitución que se hará estos días. Ha sido bastante tajante, aunque no lo suficiente, con la multiplicidad de casos de abusos y pederastia que rodean a la institución eclesial, pero poco ha hecho más allá de afirmaciones genéricas con el fin de cambiar algunos dogmas que, nunca mejor dicho, claman al cielo como es el papel absolutamente subyugado y sometido de las mujeres o bien las consideraciones sobre el sexo en general y la homosexualidad en particular.
Aclarémonos, se puede ser creyente y progresista, muchos los hay con esta condición, pero no Papa y tener una visión avanzada de la sociedad y la condición humana. Papa progresista es un oxímoron, una contradicción en sus términos. Su función es dirigir una institución milenaria que no se constituyó precisamente para liberar y su función es perpetuarse con su doctrina en el fondo de los tiempos.
Aparte de ser muy aficionado al fútbol, formando parte de la barra de San Lorenzo de Almagro, el antiguo obispo de Buenos Aires ha sido fundamentalmente un peronista tanto de forma como de fondo, compartiendo las mismas contradicciones de este incalificable movimiento político. Claro, directo, vinculado a las clases populares y dado a la ayuda y a la caridad, ha tenido también un lado oscuro con vínculos con el poder como aprendió también en su militancia jesuita. En Argentina, visitaba barrios humildes y cárceles, pero también convivió bien con la dictadura militar de los años setenta, cuando ésta se excedía de manera muy violenta con la represión. Miraba hacia otro lado, preocupándose del confort espiritual más que por la realidad vital.
Luces y sombras. Cierto, sin embargo, que resultaba más fácil conectar con sus posicionamientos públicos que con ningún otro obispo de Roma. Mientras la estela de vaticanólogos que estos días pronostican el relevo que puede tener en la cabeza el Espíritu Santo, que son más que aficionados al fútbol que hacen de entrenadores, lo que parece claro es que hay más que perder que a ganar.
No sería extraño que la institución hiciera el péndulo de reacción y volviera no tanto a la ortodoxia, que no se había abandonado, sino a alinearse con los aires políticos que corren. Lo marcaría una extrema sensibilidad para saber orientarse y seguir la corriente dominante, tal y como suele hacer siempre que cambian gobiernos, de manera precisa, el periódico La Vanguardia.








