El papa Francisco, que ya debe descansar en paz, murió sin antes alcanzar la paz en Ucrania, una obsesión desde la invasión rusa —tampoco la de Gaza…—. La víspera de la muerte, en su último urbi et orbi, insistía en el reclamo: «No más estrépitos de armas»; una frase que bien le podría servir de epitafio. El sábado siguiente, instantes antes de su funeral, los presidentes Donald Trump y Volodímir Zelenski, de Estados Unidos y Ucrania, respectivamente, improvisaban una reunión a sottovoce —adverbio italiano que literalmente significa en voz baja—, que contrasta con la bordada en el Despacho Oval el pasado febrero. Trump vestía de azul marino, a juego con una luminosa corbata del mismo color, que destacaba de lleno con el negro impoluto de su mujer, Melania, y de la inmensa mayoría de asistentes; también contrastaba con el color duelo de su interlocutor, Zelenski, que, por un día y en honor al pontífice, colgó su uniforme militar —parece que, esta vez, el ucraniano le ganó la batalla estilística al norteamericano—. Se sentaron uno delante del otro, en sendas sillas tapizadas de rojo, como la corbata titular del presidente Trump, en medio de una zona de paso de la basílica de San Pedro, en el Vaticano, que llaman rotonda, justo delante de la sacristía papal, todo ello a lo largo de escasos quince minutos, no más.
En ese breve lapso de tiempo, Zelenski entregó a Trump una contrapropuesta para la paz. Ambos acordaron mantener otro conclave. «Un encuentro muy productivo», calificó la Casa Blanca en un comunicado. Después, el mandatario estadounidense publicó en su red social Truth un mensaje dirigido a su homólogo ruso: «Putin no tenía ninguna razón para disparar misiles contra zonas civiles, ciudades y pueblos en los últimos días. ¿Me hace pensar que tal vez él no quiere parar la guerra (…) y debe ser tratado de manera diferente, a través de la ‘banca’ o ‘sanciones secundarias’? ¡Demasiada gente está muriendo!!», señaló, en un largo y exclamativo mensaje en la plataforma. Todo ello, bajo la atenta mira, presupongo, del papa Francisco, desde el cielo… o desde donde sea.
El papa Francisco buscó la paz en Ucrania desde el minuto cero y hasta instantes antes de morir. A pocas horas después de la invasión, suya es la anécdota de presentarse en la sede diplomática rusa en Roma, a pocos metros de la plaza de San Pedro, para reunirse con el embajador Aleksandr Avdèiev sin cita previa. Un pronto característico de él. Se había iniciado una guerra y él tenía que detenerla antes de que se extendiera más. La reunión duró 30 minutos y no sirvió de nada. Nadie podrá decir, eso es cierto, que no lo intentó.
La imagen de Trump con Zelenski, face to face, en medio de la nada, puede ser un mérito atribuible a Jorge Mario Bergoglio —nombre secular del papa Francisco—, o en el argot eclesiástico, un milagro; esto, en todo caso, si desembocara en buen puerto. Y se le podría santificar…