Como en El dinosaurio de Augusto Monterroso, cuando se despertó, el junquerismo todavía estaba. «El junquerismo es amor», decía el propio Oriol Junqueras en 2017 -el año en que pasó de todo…-. Siete años después, ¿qué queda de aquel amor? Según las elecciones de ERC del sábado pasado, la mayoría, un 52%, todavía lo quiere. Algo que, teniendo presente lo que ha llovido en este lapso de tiempo, no es una nimiedad. Pero, y el 42% que votó Xavier Godàs… ¿Le odian? Dicen que del amor al odio va solo un paso y, atendiendo a la dureza en que se han disputado las elecciones republicanas, todo indica que Junqueras puede haberlo cruzado.
Poco o nada queda de aquel amor entre Junqueras y Marta Rovira que, cabizbaja, regresa a su exilio suizo, ahora voluntario. Si bien puede ser cierto que, como defienden algunos, el odio es una forma disfrazada de amor, no lo es menos que por ahora el odio rezuma a Esquerra, se puede escuchar el esguince de carnés, y si se me permite la reiteración, el partido está partido, y al veterano Junqueras, de nuevo presidente de Esquerra, le costará Dios y ayuda recomponer la formación de Francesc Macià y Lluís Companys.
A unos 1.300 kilómetros de distancia reside otro presidente, viejo conocido de Junqueras, Carles Puigdemont. Antes que el republicano, el líder in pectore de Junts se hizo suya la presidencia de la posconvergencia, desahuciando, a placer de Jordi Turull, a toda una Laura Borràs del cargo. Puigdemont y Junqueras coinciden en al menos una cosa: se detestan. Así, si ERC está dividida, el independentismo ya ni te explico.
El hecho de que los dos grandes partidos independentistas hayan decidido la continuidad en lugar de la renovación condena el movimiento al cisma. El presidente Salvador Illa aplaude con las orejas. Así, quien aún no haya descartado la independencia como una opción viable, que cada vez son menos, ya puede empezar a hacerlo, al menos a corto o medio plazo. ¿O alguien se cree que Junqueras y Puigdemont aparcarán sus diferencias por el bien común del independentismo? Ambos políticos también coinciden en el anhelo de ganar al otro y en la voluntad de aniquilarlo, y eso pasa muy por encima de los sueños independentistas.