Laporta se burla de los socios y del auditor a costa de Barça Studios: «Es una mina de oro»

Hilarantes declaraciones previas a la asamblea telemática, un formato que "siempre ha sido una reivindicación del barcelonismo" porque "somos el club de la democracia y de las libertades". Som un Clam, desconcertante, se presenta aplaudiendo a Laporta y prometiéndole que no habrá impugnación

Joan Laporta - Foto: FC Barcelona, 'El podcast del president'

La prensa y el entorno digital laportistas han cumplido a plena satisfacción del poder con su papel normalizador de los tics franquistas y totalitarios en la recta final de una asamblea del FC Barcelona que, salta a la vista, tiene como único objetivo aprobar unas cuentas sin auditar parcialmente y, por tanto, manipuladas y embusteras, mediante un formado virtual en el que la junta se ha empleado a fondo para limitar la participación social. Ya se puede avanzar que será, con diferencia, la menos democrática de la historia porque Joan Laporta necesita ganar esa batalla como sea, por un lado, impidiendo que las pérdidas aumenten de 91 millones a 291 millones y, por otro, apareciendo como el indiscutible vencedor en ese pulso planteado por la totalidad de la oposición, excepcionalmente unida y focalizada en que el balance sometido a la aprobación de la asamblea refleje con fidelidad los estados financieros del FC Barcelona a 30 de junio de 2024. Para Laporta, a pesar del ruido previo, será tan sencillo como que el secretario de la asamblea, Josep Cubells, cante el resultado de un escrutinio de votos favorable a su aprobación en el punto del orden del día correspondiente, concretamente el del punto 2, bajo el epígrafe «Informe y aprobación, en su caso, de la liquidación del ejercicio económico correspondiente a la temporada 2023/2024». Si ese resultado se corresponde con la verdadera voluntad de los compromisarios y refleja exactamente las votaciones realizadas es algo hoy imposible de comprobar y de autentificar mientras Laporta sea presidente y las asambleas se camuflen bajo ese toldo virtual inextricable.

Más allá de que creerse el marcador de la votación en un acto de máxima confianza, existen precedentes que demuestran su personal alergia y rechazo a las prácticas democráticas y, por el contrario, su determinación a la hora de mantenerse en el poder como sea y al precio que sea. Por ejemplo, en la asamblea de 2009, convocada en una asfixiante tarde de agosto en el Palau Blaugrana, un mes más tarde del voto de censura, Laporta incluyó en el orden del día la ratificación del presidente, una especie de minireferéndum con la finalidad de aplacar el malestar social residual dejado por una victoria de supervivencia basada en que la contestación social no había alcanzado el 63,3 % contrario a la continuidad de Laporta, sino solo el 60%. Curiosamente, la asistencia a esa asamblea alcanzó el millar de compromisarios contra los 476 del año anterior y los 482 que registraría el año siguiente por las mismas fechas. Y se dio el hecho no menos llamativo de que Laporta avanzó de pronto un par de horas esa votación porque el tedioso desarrollo de la asamblea estaba empezando a provocar bajas. A mano alzada, la impresión de esa votación fue que había casi las mismas a favor que en contra y, cuando la mesa cantó un resultado favorable, prácticamente la mitad de los presentes abandonaron la sala como si solo hubieran venido participar en eso preciso, puntual y extraño punto del orden del día. Apenas quedaron 300 socios tras aquella estampida y ese momento teatral y coreografiado que a punto estuvo de salir mal si retrasa la votación una o dos horas más tarde. En aquellos tiempos, Laporta no podía apelar, como ahora, a una norma exclusivamente decretada por el Gobierno para un estado nacional de alarma y de reclusión domiciliaria por razones sanitarias excepcionales. Por eso fijaba las asambleas en las fechas vacacionales más señaladas de agosto, para evitar participación y movilización.

Laporta pretendió, con ese numerito asambleario, quitarse de encima las sombras y las sospechas de un voto de censura, el impulsado por Oriol Giralt, que se celebró con trampas y manejos extraños; el principal de ellos fue que, en el día de la votación, el presidente de la Mesa del voto, David Moner -a todos los efectos asumiendo preceptivamente las atribuciones de junta y de mesa electoral-, no autorizó que pudiera haber interventores del promotor en un número determinado de mesas, aproximadamente un 10%, en las cuales se registraron después porcentajes de votos contrarios a la directiva sensiblemente inferiores al resto de las mesas, donde el 70% de las papeletas eran del SÍ a favor de echar a Laporta. El porcentaje alterado de esas mesas sin interventores, sin un control democrático, sirvió para rebajar la media a ese 60% que salvó al presidente para seguir aferrado a la poltrona. La reclamación de Oriol Giralt fue elevada el mismo domingo de las votaciones, pero desatendida por David Moner por extemporánea. O sea, por presentarse ¡fuera de plazo! Ahí quedó abortado cualquier intento de recurso. Posteriormente, David Moner confesaría a sus íntimos que «ese día hicimos lo que pensamos que era mejor para el Barça», consciente de haber adulterado un proceso democrático y de haber atropellado los estatutos del FC Barcelona. Por vergüenza y algún resto de dignidad, a las pocas horas se produjo una dimisión masiva de directivos, entre ellos Evarist Murtra.

Laporta no es precisamente un destacadodefensor de la ley y el orden, y mucho menos de la democracia, si no le conviene a sus intereses, como cuando perdió las elecciones de 2015 contra Josep Maria Bartomeu después de haberlas provocado él mismo denunciando la ilegitimidad de su presidencia por más que los estatutos del club prevén la dimisión del presidente y el relevo en la figura del vicepresidente primero, como fue el caso con Sandro Rosell. Laporta, en realidad, aprovechó la crisis a media temporada de aquel equipo del tridente que formaban Messi, Suárez, Neymar para forzar a Bartomeu a anunciar la celebración de elecciones al finalizar el curso. Como acabó en aquel triplete coronado con la Champions de Berlín, Laporta perdió en las urnas y su reacción fue la de irse del estadio de malos modos, jurando venganza y sin felicitar al legítimo vencedor según la voluntad de los socios. Ese día también se prometió a sí mismo que cuanta menos democracia y participación, mejor.

Y no hace falta recordar el episodio más reciente de la última asamblea presencial, en octubre de 2021, cuando no ganó su propuesta de genocidio contras las peñas y resolvió que las asambleas presenciales ya eran historia para siempre.

En vísperas de la del sábado, aunque pueda parecer que la oposición ha hecho ruido, en realidad apenas ha tenido protagonismo ni peso en la opinión pública barcelonista porque el potente aparato mediático de la junta ha conseguido mantener a raya la actividad de la oposición y abundar, en cambio, en ese discurso oficialista que el propio Laporta se encargó de rematar con otro Aló Presidente en Barça One el jueves por la tarde, contraprogramando la presentación de Som un Clam, plataforma que, por cierto, más allá de confundir a los socios pidiendo un aplauso para Laporta y a su gran obra del Espai Barça mientras proclamaba el peligro de extinción del Barça, tranquilizó a Laporta dejando muy claro que en ningún caso iban a impugnar la asamblea.

Vía libre, por tanto, para que Laporta cometa todas las fechorías posibles, incluso las inimaginables. El presidente se podría haber ahorrado ese esfuerzo por adoctrinar a sus fieles y no fieles con una comparecencia digna, eso sí, de entrar en los anales de la historia más negra del barcelonismo.

Las frases que dejó para la posteridad se comentan solas:

«Somos el club de la democracia y de las libertades»

«Hemos decido el formato telemático de las asambleas porque es más participativa, tenemos datos históricos que así lo demuestran, y la hacen más universal. Siempre ha sido una reivindicación del barcelonismo»

En cuanto a la polémica salvedad del auditor, Laporta se superó a sí mismo calificando como «ejercicio de prudencia y de transparencia» el haber asumido 91 millones pérdidas derivadas de la operación de Barça Studios que «son atribuibles exclusivamente a un impago». «Es algo puntual y circunstancial, pues la sociedad no gana ni pierde», afirmó, atreviéndose a añadir que «el negocio de los activos digitales necesita expertos, maduración y tiempo, aunque dentro de muy poco, a corto plazo, será una de las fuentes de ingreso más importantes del club».

Laporta dejó para el final su reflexión más hilarante e insuperable a propósito de la salvedad apuntada por el auditor, que debería obligarle a una depreciación del valor de la compañía: «El auditor no dice en cuánto se ha de devaluar esta sociedad porque sabe que es una mina de oro».

Pues esto es lo que votará el socio este sábado, un espectáculo circense y mediático que, si fuera en tiempos de los romanos, lo presidirían Nerón y Calígula encarnados en la figura de un solo dictador.

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