Ahora que el presidente Salvador Illa ha decidido desempolvar la figura de Josep Tarradellas, silenciado contumazmente a lo largo de los años por el pujolismo, nos viene a la cabeza una de sus máximas más clarividentes: «En política se puede hacer todo, menos el ridículo». La gestión que el partido de Tarradellas, ERC -a menudo ni ellos parecen recordar que el cervelloní fue uno de los suyos…-, está haciendo de la crisis política abierta desde los malos resultados de las elecciones del pasado mayo, es justamente, y siendo indulgentes, aquella locución que el presidente exhortaba a rehuir, la del ridículo.
¿Se puede ser más chapucero intentando resolver un trasiego? El lío republicano me recuerda a una estupenda comedia surrealista de finales de los setenta, principios de los ochenta, Soap, en la que los follones de la familia Tate se enredaban capítulo tras capítulo, como los de la familia republicana. La convivencia, cogida con pinzas desde hace tiempo, saltó por los aires después de perder las elecciones y, consecuentemente, el poder. El entonces presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y la secretaría general del partido, Marta Rovira, desde el mismo bando, tocaban a retirada, mientras el presidente Oriol Junqueras, de otra ala, abandonaba el cargo anunciando, eso sí, que lucharía por volver a ostentarlo, como está haciendo. Y todos se emplazaban al congreso del 30 de noviembre, donde tendrán que elegir, entre guerras fratricidas, la nueva dirección.
El punto álgido de la crisis estalla con el escándalo de los carteles del Alzheimer y los hermanos Maragall, cuando se destapa la existencia de un aparato de guerra sucia partidista conectado a la dirección. Es entonces cuando los puñales vuelan y el partido entra en una despiadada guerra sucia. Y es en este punto en el que militantes y simpatizantes republicanos entran en depresión.
Y suerte tiene, aún, que su rival de siempre, Junts, gasta tiempo y energía en pegarse tiros en el pie, acercándose a la derecha del PP y Vox, impidiendo que se aprueben propuestas tan sensibles como la ley para regular los alquileres de temporada, o descartando por ahora mociones de censura contra la alcaldesa islamófoba de Ripoll y líder de Aliança Catalana, Sílvia Orriols.
Tarradellas pronunció el pensamiento sobre el ridículo, aquel que no puede hacerse en política, en el Palau de la Generalitat el 22 de octubre de 1977, poco después de llegar del exilio en Francia. Como el dinosaurio de Monterroso, 47 años después, erre que erre, el ridículo todavía está ahí.