El primer ministro y líder laborista británico, Keir Starmer, político parco en el braceo y los vocablos, sobrio y poco carismático, ha decidido que uno de sus primeros gestos desde que es titular de Downing Street sea subir los impuestos. Lo hace porque se ha encontrado «un país económica y socialmente roto», así lo describe. Dicho esto, Starmer ha confesado a los británicos que les viene una década de «miseria, sufrimiento, pobreza y penurias». Es inaudito que un gobernante aguante la mirada y augure las diez plagas de Egipto a sus conciudadanos, así, a cara descubierta. Habitualmente, lo que suele hacer el político, pase lo que pase, por oscuros sean los nubarrones que se dibujan en el horizonte, es vender optimismo, esperanza, luz al otro lado del túnel, brotes verdes… Ahora será necesario que Starmer sepa encontrar soluciones para acortar la travesía del desierto, la honestidad en el diagnóstico ya se la tiene ganada. Esto es lo que se pide de los políticos, ¿no?
Está bien que al menos un político, aunque solo sea uno, no trate a sus ciudadanos como imbéciles. También estaría bien que los mandatarios, en este caso británicos, que en el pasado más o menos reciente, han conducido al país al callejón sin salida de la miseria, el sufrimiento, la pobreza y las penurias, rindieran cuentas más allá de la derrota electoral. Aquellos que hicieron demagogia con el Brexit, más interesados en su éxito personal, que gobernaron con el culo el país, tuvieran que pagar la derrota, la de un país económica y socialmente roto, como describe el análisis del nuevo primero ministro. Pero, probablemente y desgraciadamente, la miseria, el sufrimiento, la pobreza y las penurias no llamarán a sus puertas.
Aquí, en Cataluña, en España tampoco, hace tiempo que ningún político nos dice las cosas por su nombre, nos toman por bobos, por menores de edad desorientados a los que hay que guiar cogiditos de la mano, no capacitados para aceptar la realidad. Durante años, nos vendieron, por ejemplo, la independencia, más que legítima, como realidad alcance; nos decían que, no solo era posible, sino que estábamos preparados para el reto, que las estructuras de estado estaban listas y eran sólidas. En realidad, como se ha podido ver, todo era agua de borrajas. Y lejos de pedir disculpas, insisten con tozudez en la idea, y los mismos. No entienden que la independencia de Catalunya, si alguna vez es, no será ni así ni con ellos al frente. Y la España de los brotes verdes in aeternum, algún día tendrá que entender que Catalunya merece ser tratada como una nación mayor de edad que, a pesar de muchos políticos, de fuera y de dentro, merece mayor respeto. Faltan Starmers. ¿Salvador Illa lo es? En formas, seguramente, pero con austeridad gestual no es suficiente. Veremos…