¿Por qué la junta de Joan Laporta ni se plantea despedir a Enric Masip?

'Selfie' de Laporta a Mestalla

La exhibición pública de intolerancia, xenofobia, machismo y tendencia ultra de uno de los hombres de confianza de Joan Laporta como es Enric Masip no ha merecido, por parte de la superioridad, más que un tirón de orejas con más apariencia estética que otra cosa. Como Masip necesita al Barça para llevar una vida de cinco estrellas -y no al revés, desde luego, pues se ha ganado internamente una merecida fama de saber dosificar muy bien su carga de trabajo, eso suponiendo que su cargo exija una funcionalidad horaria, dedicación más allá del postureo y rendir cuentas a alguien por encima suyo-, el escándalo se ha arreglado con salir, a regañadientes, a explicar que cierra su cuenta de X por si acaso el «alboroto» provocado le pudiera haber generado cierta incomodidad al presidente.

A Laporta, en realidad, nada de lo que ha retuiteado Masip en su cuenta, que ni siquiera lleva él mismo -n el colmo de esa etiqueta de holgazán que le han colgado en el club-, le ha parecido fuera de ese contexto en el que se mueve el núcleo duro del gobierno del club, reducido hoy a Rafa Yuste, Ferran Olivé, Mañana Giorgadze, sus hermanos, Maite y Xavier Laporta, el propio Masip y, desde luego, Alejandro Echevarría, personaje que tampoco tiene pinta de haberse movido demasiado de esa postura filofranquista que ya le costó el puesto de directivo tras las elecciones de 2003, básicamente porque todos mintieron, Laporta y su cuñado, intentando esconder su pertenencia a la Fundación Franciso Franco.

Este cóctel fascistoide a base de amiguismo y nepotismo, del que ha huido por piernas hasta una treintena de altos cargos ejecutivos, ha acabado perfilando una cúpula de poder bunquerizada, tirana, déspota y totalitaria cuyas evidencias saltan a la vista. Porque sólo hay que contrastar cómo se eligen a los proveedores al estilo de Limak o Spotify -en su caso, con ovación y homenaje al intermediario-, a quien se ficha, si no es a través de los agentes de cámara del presidente, o hasta qué grado absoluto de nula participación y reconocimiento democrático se ha reducido al socio del Barça para establecer que el laportismo es dictatorial y autocrático.

Las actitudes y comportamiento de Laporta hablan por si mismos. Ya no se siente fuerte ni valiente para afrontar, ni ante la prensa ni ante los socios, un debate abierto. Se limita al su Aló Presidente, refugio mediático de chavismo, al discurso castrista si convoca al Senado, de cuyos 1.000 socios convocados apenas acuden 100, o a jugar a ser Putin si alguien se pone crítico o se vuelve opositor.

Sus directivos relevantes, igual. Temen la ira del presidente, se quedan porque se han jugado su dinero o porque el palco les ofrece grandes oportunidades de negocio y de trabajo, pero son un cero a la izquierda, figuras secundarias que si hablan sólo es i decir que la culpa es del socio por no apoyar al equipo en Montjuic o para mentirles sin rubor como hace la vicepresidenta Elena Fort, corolario del servilismo y del modelo de portavoz que se lleva en los regímenes absolutistas.

En definitiva, que a Masip no se le ha ido la olla, sólo ha elevado a públicas, en proporción directa a su coeficiente como asesor predilecto de Laporta, conversaciones, reflexiones e ideologías que le dan contexto a su modo de ver y entender la convivencia. En un club democrático con una junta respetuosa con los estatutos y con la institución, a Enric Masip lo habrían despedido porque, en el fondo, es sólo eso, un empleado con un cargo muy por encima de sus posibilidades y en sintonía con la mediocridad de una directiva como la de Laporta que hoy es, por inacción, tan cómplice y culpable como Masip de desacatar los estatutos.

 

 

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