Lo de los días mundiales e internacionales viene a ser como un santoral laico, algo copiado del de la Iglesia católica que cada día tiene uno o varios santos/as por honrar. Y de la misma forma que es tan grande el rebaño de muertos que oficialmente han conseguido entrar en el cielo, los días mundiales e internacionales son tantos que hace que sólo el mes de junio tiene noventa y seis, algunos tan curiosos como el “Día del pato Donald” (9 de junio) o el “Día internacional de los asteroides” (30 de junio).
En medio de tanta paja, hay también uno importante como es el “Día Mundial del Medio Ambiente” (5 de junio) y pienso que vale la pena hablar de esta efeméride justo en la fecha en la que se produce. Se celebró por primera vez en 1973, en conmemoración del día que se inauguró la Conferencia de Estocolmo (1972), donde la ONU situó en primer plano las cuestiones ambientales y creó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

El medio ambiente es un concepto quizá algo anticuado y hoy en día se prefiere hablar de desarrollo sostenible, transición ecológica, acción climática, emergencia climática, etc., hasta el punto de que los ministerios/consejerías del ramo optan por adoptar nombres tan rimbombantes a pesar de que después el trabajo que hacen suele ser mediocre o insuficiente.
Llamadme romántico si lo deseáis, pero a mí el concepto “medio ambiente” me gusta, a pesar de ser redundante, ya que medio y ambiente viene a ser lo mismo (como decía el profesor Margalef). Se refiere a todo lo que nos rodea (la atmósfera, las comunidades naturales, los océanos, la tierra, etc.) y que está interrelacionado a veces en un frágil equilibrio; es el escenario en el que vive el hombre (que forma parte de él) y que tiene una capacidad de transformar y destruir como desgraciadamente se ha demostrado en el caso del clima, en la reducción de los glaciares o en las pérdidas de grandes regiones selváticas.
Actúa así por razones fundamentalmente económicas y a menudo no presta atención a que nuestro destino está ligado irremediablemente a la conservación del entorno. Quizás algunos privilegiados puedan huir a otro planeta, pero la inmensa mayoría de la humanidad no tenemos planeta B. O conservamos lo que tenemos o nos vamos al garete. Y un dato: actualmente necesitaríamos dos planetas para obtener de forma sostenible todos los recursos que necesitamos. Y esa cifra no para de crecer porque nuestra huella ecológica no para de crecer.
El momento especial que vive Cataluña (salidos de unas elecciones y todo el mundo discutiendo cómo se puede construir un nuevo gobierno) es adecuado para aprovechar el día del medio ambiente para recordar a nuestros políticos los deberes ambientales que el país tiene pendientes después de una década perdida. En primer lugar, es necesario cambiar el nombre a la Consejeria, al menos para borrar malos recuerdos; curiosamente, un grupo de organizaciones ecologistas ha hecho un manifiesto titulado: «Por un Departamento de Medio Ambiente con rango de Vicepresidencia».
Pero puesto que el nombre no lo hace todo, habrá que dar contenido a la Consejería. Cinco son para mí los retos fundamentales: la mejora de la calidad atmosférica en las principales ciudades, resolver de verdad los problemas asociados a las sequías recurrentes (al final se ha demostrado que ha sido el agua caída del cielo quien lo ha solucionado llenando los embalses de las cuencas internas), potenciar las energías renovables (ahora estamos a la cola de todo el Estado) con un despliegue ordenado que no sea dirigido por los grandes lobbies empresariales que quieren repetir el modelo equivocado de las energías fósiles, abordar las grandes infraestructuras que el país necesita bajo criterios de sostenibilidad y recuperar los espacios degradados, como obliga la nueva normativa europea.
Seguro que esta lista se puede ampliar mucho más, pero pienso que Cataluña dará un paso de gigante si estas cuestiones fundamentales se ponen en vías de resolución. Y, sobre todo, que la Consejería de Medio Ambiente no sea una moneda de cambio en el marco de los pactos que habrá que hacer (como ya ha sucedido en el pasado) sino buscar a la gente preparada que pueda dirigir esta transformación hacia la verdadera sostenibilidad.
Si esto ocurre, como espero y deseo, ¡podremos celebrar con esperanza los venideros días mundiales del medio ambiente!








