A Laporta le cuesta encontrar quien ocupe la vacante de Eduard Romeu

No le convence la idea de nombrar a alguien de fuera con prestigio, ambición y que quiera pueda arrebatarle protagonismo. Y tampoco encuentra en la junta el mismo perfil del anterior vicepresidente económico, sumiso e ignorado en la toma de decisiones

Eduard Romeu, vicepresidente económico del Barça en su intervención sobre la venta de los derechos televisivos
Eduard Romeu, vicepresidente económico del Barça en su intervención sobre la venta de los derechos televisivos.

Eduard Romeu, como se está demostrando, era un vicepresidente económico prescindible que militaba en el laportismo con el doble cartel de impostor y de intruso desde el 17 de marzo de 2021. Antes de esa fecha, ni se le había pasado por la cabeza participar en la vida social del club en ninguna otra faceta que no fuera la de pagar cada verano el carnet y el abono. Si, anticipadamente a su nombramiento, albergaba de verdad alguna voluntad de servir a la institución y de participar en algún proceso electoral es algo que no se ha podido acreditar en sus tres años de vicepresidente económico. Cero antecedentes barcelonistas más allá de algún amigo o conocido en las Penyes. Como casi todo el mundo.

A lo largo de este periodo, Romeu ha sido un intruso, porque él mismo nunca quiso integrarse como directivo, mucho menos verse como un igual al resto, y porque, recíprocamente, el resto la junta tampoco le abrió los brazos ni tendió puente alguno que facilitase una relación amistosa con alguien como él, insoportablemente petulante, según sus compañeros de junta, y reptiliano. Lo han tolerado, por decirlo de algún modo, por respeto a la voluntad del presidente de “quemar” a Romeu a la hora de embaucar a los socios en las asambleas y a la prensa en materia de números, especialmente en el gran embuste de la financiación del Espai Barça.

Los planes de Eduard Romeu, como todos sus compañeros de junta sabían perfectamente, pasaban por ganarse un cargo ejecutivo y bien remunerado, nunca por debajo de CEO, al que aspiró desde el día de la renuncia de Ferran Reverter. Convencido de que su perfil se adaptaba a las necesidades del momento y de la urgencia de Laporta por nombrar un nuevo CEO de plena confianza, se lo propuso repetidamente, a pesar de que, por estatutos y aplicación de la Llei de l’Esport, esa era una posibilidad vetada. Laporta, además, rechazó esa propuesta para evitar el enfrentamiento permanente y tenso entre Eduard Romeu y el tesorero, Ferran Olivé, persona de su plena confianza y brazo derecho del presidente en labores ejecutivas. Romeu, de hecho, cuando presentó formalmente su dimisión, lo hizo yendo a casa de Laporta con la equivocada ilusión -su último cartucho- de que, al cabo de tres años y para evitar una baja mediática con ruido y revuelo, le acabaría nombrando CEO.

Esa absurda pretensión por parte de Romeu demuestra que no aprendió absolutamente nada sobre la personalidad y talante de esa figura presidencial que, al contrario de nombrar un sustituto de Ferran Reverter, se deshizo de toda su estructura y optó prácticamente por no suplir a ninguno de los numerosos ejecutivos y directivos que han huido o han sido despedidos. Cuando Romeu le anunció su marcha, Laporta casi montó otra fiesta en sus propias narices para celebrar que se libraba de otro personaje con demasiadas ínfulas y exceso de codicia, al menos desde su óptica.

Romeu, por otro lado, había llegado a ser vicepresidente económico como un auténtico impostor, suplantando al vicepresidente económico legal y electo Jaume Giró, así presentado en la lista de la candidatura de Joan Laporta, que fue un destacado activo en la totalidad de los actos de campaña, defendiendo y exponiendo un plan de salvación basado en la emisión de bonos para rebajar la deuda y capitalizar los recursos necesarios a corto plazo. Los socios, conscientes de que Laporta cojeaba en esa materia, se dejaron seducir por una figura de reconocido prestigio en los entornos financieros. 

En las pasadas elecciones, la Ley del Deporte establecía, en el caso de la candidatura de Joan Laporta, que sólo los 14 miembros avalados por las firmas y luego elegidos a través de las urnas podían y debían avalar, solidaria y mancomunadamente, un importe de 124,5 millones para poder tomar posesión como nueva junta directiva. Ya se sabe, sin embargo, que el cumplimiento estatutario y del ordenamiento jurídico nunca ha sido la prioridad ni para Laporta ni para Eduard Romeu, a quien el presidente hubo de aceptar con esa hipocresía suya y esa frívola manera de improvisar y de resolver -o sea, de equivocarse y complicarlo todo- algo tan esperpéntico como admitir, tras ganar las elecciones, que ni él ni su núcleo duro disponían de la capacidad económica y patrimonial suficientes para presentar el aval. Alucinado tras ver el rostro real de Laporta, Jaume Giró renunció al puesto y comenzó la subasta de plazas en la directiva a cambio de avales.

Así fue como Laporta, jugando con el ego, la vanidad y el ansia de poder y de influencia de la Llotja del Camp Nou, aceptó el generoso dinero de tres amiguetes suyos, tan mediocres como ‘forrados’, también la ayuda envenenada de Jaume Roures y los 40 millones de otro personaje igual de falso y ambicioso como José Elías, montado en el tren de la economía especulativa del sector energético a través de Audax. Con ese aval, que no le costó intereses de mantenimiento, pagados también por terceros a los que Laporta hubo de devolverles el favor, José Elías consiguió la mejor y más barata campaña de publicidad para Audax y para él mismo a nivel personal, concediendo más entrevistas que el propio Laporta, hasta que el Gobierno de Pedro Sánchez retiró esa obligación de avalar.

LaLiga de Javier Tebas -otro favor que le debe Laporta-, la Comissió Gestora y en general los medios y el entorno azulgrana -también los candidatos vencidos, Víctor Font y Toni Freixa– aceptaron que, delante de los ojos del barcelonismo y hasta del propio Govern, representado en la toma de posesión el 17 de marzo de 2021, cobrara naturaleza legal que avalaran terceros, personas no autorizadas expresamente por la ley, permitiendo una toma de posesión completamente irregular e impugnable.

José Elías, como no poseía la antigüedad requerida como socio del Barça -suponiendo que lo fuera- hubo de nombrar a un ‘vigilante’ de sus intereses, exigiendo nombrar a cambio de poner en juego esos 40 millones al vicepresidente económico, cargo que pasó a desempeñar su fiel escudero en Audax, Eduard Romeu

Transcurrido ese primer año de obligada permanencia de Romeu a cambio del aval, Laporta se las arregló para agobiar y forzar la dimisión de José Elías, al que metió en la comisión del Espai Barça -como a Jaume Llopis– para hacer bulto y tenerlo entretenido. No podía destituir a Romeu una vez ratificado por la asamblea, aunque sí arrebatarle los galones de vicepresidente, de modo que aceptó la sumisión y obediencia ciega de Romeu, para lo que hiciera falta, a cambio de mantener la silla y el cargo. Embriagado de poder, habría renegado incluso de José Elías, como así fue finalmente.

Romeu ha aprovechado bien sus últimos meses en el club, principalmente para conseguir un trabajo lejos de Audax y moverse entre las sombras evaluando sus posibilidades de aspirar un día a la presidencia después de aprender del mejor, Laporta, a la hora de exponer a luz de los socios, y del mundo, el mejor de los relatos sin importar el rigor, la seriedad ni los pésimos números reales.

Transcurrida ya más de una semana desde su teatral despedida, Laporta no ha nombrado sucesor, seguramente porque no encontrará a otro Romeu que acepte ostentar un cargo de tanta responsabilidad siendo un cero a la izquierda, sin participar de las decisiones, sin ser consultado ni ser tenido en cuenta y, al mismo tiempo, tener que dar la cara en un asunto tan delicado como la economía y las finanzas. Encontrar fuera de la junta a alguien con este perfil será complicado, tanto como le va a costar ascender a alguien de dentro, con el riesgo de que se lo crea y le arrebate protagonismo.

De momento, deberá nombrar a un sustituto como representante de la directiva en la Comisión Económica Estratégica, donde aún consta Romeu como uno de sus miembros. Los estatutos establecen que uno o una de los seis elegidos “debe ser designado por la Junta Directiva entre sus miembros”. 

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