La historia de la humanidad está estrechamente vinculada al desplazamiento constante y permanente de personas que huyen de su hogar en busca de un nuevo lugar en el que residir. Los motivos son bien conocidos: guerras, hambre, desastres naturales, falta de oportunidades… Aunque hemos avanzado en esta materia, hay gobernantes y sociedades que creen, en su mayoría, que la construcción de muros o de fronteras resolverá esta cuestión. En lugar de invertir recursos públicos para que los ciudadanos llegados de otros países se integren y puedan aportar su talento y experiencia vital a las comunidades a las que se adhieren, les ponemos barreras y más barreras, lo que único que provoca es un agravamiento de su sufrimiento. Por no hablar de los cientos y cientos de inmigrantes que han muerto en mares como el Mediterráneo. Desgraciadamente, tragedias como éstas no tienen el eco mediático e informativo que merecen. Y lo peor es que colectivamente creemos que no hablando situaciones de esta índole dejarán de ocurrir.

Soy de los que piensa que los europeos tenemos un deber ético en ese ámbito. Lo justifican varios elementos, pero sobre todo uno: que hemos tenido la suerte de nacer en un continente que, pese a las dificultades y tensiones propias del tiempo que nos toca vivir, es sinónimo de prosperidad económica, estado del bienestar, derechos y libertades. Del mismo modo, las personas que han nacido en países como Sudán, Camerún o Senegal tampoco han escogido nacer en un entorno social y político que puede significar pobreza, miedo, hambre, carencia de oportunidades… Por eso, las instituciones públicas de los países europeos y las comunitarias, pero también la sociedad civil y la ciudadanía, tiene la responsabilidad de igualar las oportunidades que el código postal o el lugar de nacimiento han desequilibrado. Además, cabe recordar que el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos indica que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos.»
Todo esto lo señalo después de días de escuchar y leer comentarios que vinculan delincuencia con inmigración y después de ver la lectura que determinados sectores independentistas han hecho del pacto alcanzado entre el PSOE y Junts para transferir las competencias de inmigración al gobierno catalán. Resulta evidente que la formación de Carles Puigdemont quería dos cosas: la primera, demostrar al electorado secesionista que negocia mejor que ERC y la segunda, y más peligrosa desde el punto de vista social y democrático, competir con Aliança Catalana en una materia tan sensible como la migratoria y donde lo que está en juego es la esperanza y la opción de progresar de tantas y tantas personas venidas de todas partes.
No es de sorprender la actuación política de Silvia Orriols en Ripoll. Está aplicando punto por punto el programa propio de un partido ultraconservador. Nada que sea distinto a Orbán o Trump. Lo más sorprendente es que a la vista de lo que podría ocurrir Junts no se sumara a una alianza con el resto de grupos políticos para evitar que Orriols se hiciera con la vara de alcaldesa el día de la constitución del consistorio. Ahora bien, dado que el pasado es el que es y no se puede modificar, a las formaciones políticas con representación en la capital del Ripollès sólo les queda la moción de censura como instrumento para evitar que la dramática situación que están sufriendo los vecinos, sobre todo los de origen extranjero, se prorrogue en el tiempo.
Hay quien ha escrito que parte del relato del proceso está degenerando en un discurso xenófobo y racista. A la vista están las declaraciones confusas y contradictorias de parte de los dirigentes de Junts en esta materia. En cualquier caso, es una realidad, teniendo en cuenta los hechos, que el ‘procés’ (como consecuencia de su fracaso político y de su carácter excluyente y divisivo) está pasando de señalar al que piensa diferente a poner el dedo en la llaga a esa parte de la sociedad que ha venido a Cataluña a ganarse la vida. Y, no perdamos de vista, haciendo a menudo tareas laborales que los nativos a menudo no queremos hacer, como trabajar en el sector de la construcción, cuidar a las personas mayores, limpiar habitaciones de hotel o fregar domicilios particulares.
En fin, la clave de todo ello está en aceptar Cataluña tal y como es; es decir, como una tierra plural, diversa, mestiza y plurilingüe o refugiarse en una Cataluña uniforme que, afortunadamente, ni existe ni existirá.