Nos estamos aproximando a la nueva Cumbre de Cambio Climático, la COP 28 en este caso, el próximo mes en Dubai, y no es que lo más urgente esté todavía pendiente, es que en esta ocasión el nivel de descrédito y frustración puede ser descomunal. Si además añadimos la convulsión que puede provocar la invasión y asedio de Israel a lo poco que queda de Palestina (Gaza, en este caso) y el efecto desestabilizador que puede provocar en todo Oriente Medio, y más allá, podemos tener una cumbre, no pasada por agua, sino por sangre.
Pero volvamos al clima. No deja de ser sorprendente, que deba ser el Papa de Roma, Francisco, quien haya llamado la atención internacional, hace unas semanas, sobre que no podemos seguir por la vía lenta de la transición energética y la más lenta todavía de las políticas de adaptación y prevención de riesgos.
El Papa Francisco ha lanzado un grito de alerta a la comunidad internacional, por las sociedades que ya sufren la emergencia climática, publicando recientemente una Exhortación apostólica denominada “Laudate Deum”, que de hecho es una continuación de la Encíclica “Laudato sí”. Si esta Encíclica ya era un auténtico tratado ambiental y de alto nivel sobre el cuidado del medio ambiente y el planeta -nada que envidiar a los informes de Naciones Unidas- en este caso nos encontramos con un auténtico tratado sobre el clima y la emergencia climática, donde la profundidad del análisis, la llamada a la responsabilidad y el detalle concreto de los problemas, debería poner en evidencia muchas declaraciones, conferencias sobre el clima, manifiestos, etc. El famoso bla, bla, bla.

Que la próxima cumbre de cambio climático se celebre en Dubai, un país emblemáticamente símbolo de los países productores de petróleo, y que la organización recaiga sobre una persona vinculada a los lobbies del petróleo, es un escándalo, que como siempre, por lo del pragmatismo, no pocas organizaciones y medios querrán relativizar, por lo también tan pragmático de intentar aprovechar la ocasión. Pero el mensaje que ya se envía antes de empezar la cumbre, me perdonará, ya es de por sí decepcionante, vergonzante y todos los adjetivos que le quiera poner. De hecho, en mi opinión es casi la estocada final que le faltaba a la opinión pública internacional, y a la nuestra también, para acabar de hundir el poco crédito que les queda a las organizaciones que participan de estas cumbres, y munición indirecta por el negacionismo.
Ocho años después de “Laudato sí”, que me sorprendió insisto por el alto nivel de la concreción, por más asesores científicos que tenga el Papa, y por la orientación que le daba y le da, poniendo en el centro de la problemática dos conceptos que nunca tendrían que ir separados como son los derechos humanos y el medio ambiente, Francisco nos alerta de que no podemos continuar como si nada pasara y nos exhorta a reaccionar. No ya por las generaciones futuras, argumento muy instrumentalizado en los últimos tiempos, sino por las generaciones actuales y por las miles de vidas que ya se lleva el cambio climático actualmente, sumadas a las de la contaminación del que deriva después el calentamiento.
Hace mención a los negacionistas, cierto, pero también, y eso parece que muchos medios no han sabido interpretarlo o recogerlo, a los retardistas, o sea, a los que minimizan o retrasan medidas a tomar. Y en este sentido coincide con quienes creemos que hoy son mucho más peligrosos los retardistas, que quienes niegan el cambio climático, ya que estos obviamente no tienen altas responsabilidades institucionales. Sí tienen y mucha los que están al frente de las instituciones, gobiernos, consejerías, alcaldías, universidades y medios de comunicación.
El Papa, por cierto, no nos alerta en primer lugar de la desaparición de especies o paisajes, que obviamente ya es un hecho con el cambio climático, nos exhorta en concreto a poner en el centro a las personas (eso que está tan de moda en los discursos políticos y que después, a nivel ambiental y climático, queda en papel mojado, cuando no arrugado, sobre todo en Cataluña). Nos recuerda que los impactos del cambio climático hoy diezman ya vidas y familias, afectan a la salud, las muertes prematuras, los puestos de trabajo, el acceso a los recursos, especialmente la alimentación (un ejemplo muy actual lo tendríamos en el agua y el aceite de oliva, por la destrucción de cosechas y la extrema sequía), la vivienda, etc.