La consejera y la comprensión lectora

Bluesky

A finales de mayo se publicaron los resultados del estudio PIRLS (Progress in International Reading Literacy Study) sobre competencia en comprensión lectora. Cataluña está en la cola de las comunidades autónomas de España. Tras Cataluña, solo aparecen Ceuta y Melilla. Es un dato muy preocupante. Que también deja una duda por resolver: el resultado ¿tiene algo que ver con la discrepancia entre lengua materna y lengua vehicular en los centros escolares?

El déficit en comprensión lectora no significa que los catalanes del futuro sean incapaces de comprender a Dostoievsky o a Cărtărescu, algo que ya sería triste: significa que no comprenderán las leyes, los programas electorales, las instrucciones para instalar un desagüe, los términos de un contrato laboral.

Quién no dispone de comprensión lectora no puede resolver un problema matemático ni cualquier problema que implique algo de complejidad. No hablo de las leyes de la termodinámica, de la física cuántica, del bosón de Higgs. Hablo de las cuestiones sociales: la inmigración, el reparto de la riqueza, el multiculturalismo, la diversidad sexual, los dilemas de la educación, las paradojas del progreso social o científico.

Quien no dispone de comprensión lectora será pasto de los discursos fáciles. Solo comprenderá mensajes simples, muy visuales, muy breves y muy directos. La falta de comprensión lectora provocará que a nadie le gusten Tarkovsky ni Godard ni Varda. Eso nos empobrece, pero no es trágico. El déficit en comprensión lectora provocará que nadie se detenga en las cuestiones filosóficas elementales, que los argumentos éticos resulten tediosos y prescindibles, crípticos. Eso es triste y, además, grave. Un déficit a gran escala permite aventurar una sociedad futura medievalizada, en la que una élite interpreta, controla y domina la cultura: como en las peores distopías de la ciencia-ficción pesimista.

Tras la publicación de esos datos escalofriantes me quedé a la espera de una reacción por parte de la Consejería de Educación catalana, en donde se acaba de nombrar a una nueva consejera, la señora Anna Simó, licenciada en filología. Pensé que Simó se iba a preocupar seriamente del asunto.

Me equivoqué.

La nueva consejera no solo ha soslayado el problema: en vez de afrontar la cuestión ha mirado hacia otra parte. Es el cuento del dedo y la Luna. En vez de afrontar la realidad, Simó apuesta por aumentar la presión sobre la cosa del catalán en las escuelas. Se trata de llevar el debate hacia otro lado, hacia el lado de las esencias nacionales. Simó quiere intervenir sobre los maestros y las maestras, y asegurar que se hablan en catalán entre sí, y que no desfallecen en la lengua: ni en el aula ni en el patio del colegio, que es la última extensión del campo de batalla. No tardarán en vigilar en qué idioma habla la maestra cuando se encuentra con un alumno por la calle el sábado por la mañana, en qué idioma habla con su marido, con su vecina, con su ligue. En qué idioma sueña.

Para la nueva consejera el problema de la comprensión lectora no existe. Solo hay una guerra contra el uso del castellano. Simó se lamenta de que haya maestras bilingües… en un país bilingüe. Que sería lo mismo que lamentar que haya maestras lesbianas, rockeras o ateas. La Consejera lamenta la realidad.

Si la señora consejera quiere incidir en las maestras y los maestros, se podría preocupar de la calidad de su formación, y de sus competencias y hábitos lectores. Está demostrado que si la maestra es lectora conseguirá mayor hábito lector entre su alumnado. Al margen de la lengua en la que lea.

No soy capaz de comprender la inquisición lingüística que se promueve, ni en qué mejorará eso la vida futura del alumnado, que vivirá (le guste o no a la Consejera) en un territorio bilingüe. Cuando uno defiende la lengua catalana (una lengua amparada por la Constitución española, las leyes y los presupuestos) debe andarse con tiento: no vaya a ser que un exceso de celo convierta al catalán en una lengua impuesta con amenazas y sanciones, en una lengua antipática. Puede estar segura de algo la señora Consejera: ser una lengua antipática es el paso previo a ser una lengua muerta.

Me pregunto qué comprensión lectora tiene la señora Simó. O si de veras le preocupa la educación pública.

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