¿Por qué la camiseta blanca del Barça tiene hoy más éxito que la anterior?

Pedri, amb la samarreta blanca del Barça

Nunca es casualidad ni fruto de la imaginación que, a lo largo de la tarde del miércoles pasado, una misma información recorriera las redacciones de los medios catalanes especializados en la cobertura de la actualidad del FC Barcelona. Lo hizo de forma simultánea en radios y webs, destacando el éxito sin precedentes del lanzamiento de la segunda equipación oficial del primer equipo para la temporada 2023-24, esa camiseta blanca, la segunda comercializada en dos años.

«Fuentes del Barça aseguran que la segunda equipación blanca, estrenada hoy mismo, está superando las expectativas. De hecho, puede convertirse en las próximas horas en la más vendida de la historia del club», repetían los noticias en un intento por orquestar una campaña de ventas que poco tiene que ver con el verdadero potencial de ese diseño y sí con una estrategia urgente para compensar los enormes problemas de distribución y calidad de la primera camiseta.

Igual que el año pasado y el anterior, los conflictos con Nike son permanentes y parecen no tener una solución a corto plazo. El primer uniforme vuelve a dar problemas técnicos, son prendas que destiñen, susceptibles de generar de devoluciones y quejas que están causando no pocos problemas entre los aficionados y las tiendas.

Además, Nike no está sirviendo las cantidades deseadas ni las que pueden satisfacer la demanda de esta época veraniega, tan elevada y clave para el volumen los ingresos anuales de Barça Licensing and Merchandising (BLM).

No habría que descartar, más pronto que tarde, un escenario de mayor tensión e incluso de demandas, si las cosas no terminan de aclararse, por lo que desde el club se considera una serie de incumplimientos e incidencias graves.

Las ventas se están resintiendo y a esta bajada de ventas por falta de existencias y de ropa en condiciones se ha unido la necesidad de que la segunda camiseta de esta temporada, la blanca, como se la conoce, sea un éxito. La razón es que el club ya intentó colocar la temporada anterior otra camiseta blanca, aunque con mucho menos empeño y determinación, con las franjas azulgrana en cruz.

Fue una camiseta heredada, razón por la cual la directiva de Joan Laporta procuró promocionarla lo menos posible, todo lo contrario de esta otra avalada por una corte de sabios, íntegramente amiguetes del entorno del presidente y de la junta, responsables de un relato extremadamente fantasioso que atribuye a Johan Cruyff la paternidad y la iconografía de otra identidad azulgrana, nunca mejor dicho, blanqueada.

En su época barcelonista, Cruyff jugó, en efecto, un partido amistoso uniformado de blanco, como parte de un combinado de futbolistas militantes en equipos catalanes. Convertirlo, sólo por esa circunstancia casi anecdótica, en una nueva simbología e imagen azulgrana, casi por la fuerza y de forma del todo ajena a la memoria histórica barcelonista popular, ha sido el trabajo de esta comisión de elite que, convenientemente recompensada, ha elaborado la teoría de que, de la misma forma que se ha vendido el cuento laportista de que venimos de Cruyff, ahora toca vender que también venimos del blanco.

¿Por qué, entonces, no se enfocó igual ni con la misma euforia la comercialización de la camiseta del año pasado con la que el Barça recuperaba el blanco histórico de cuando el Barça quería representar a Barcelona con los colores del escudo de la ciudad?

Porque así, con esta reedición -aunque vestida de originalidad y audacia no deja de ser una copia-, podía justificarse tratar a cuerpo de rey a los amiguetes del presidente y presuntos padres de la idea.

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