Moscú simula normalidad mientras endurece la represión

Daria envía un whatsapp desde Moscú, quiere que la ayude a decidirse entre tres vinos españoles que ha encontrado en una tienda de delicatessen. Las sanciones dictadas por la Unión Europa afectan a productos como los semiconductores de alta tecnología, materiales susceptibles de tener un uso militar, drones, productos químicos o similares, pero todavía se pueden importar algunos productos de consumo con los que el régimen de Putin puede ofrecer una apariencia de cierta normalidad a sus ciudadanos. El mensaje a trasladar es que todo va bien, aunque en los techos de algunos edificios gubernamentales pueden verse defensas antiaéreas. Un mensaje que cuaja entre la mayoría de rusos, incluso los que viven fuera del país. Ksenia, es una de ellos. Vive en Barcelona, está casada con un español y asegura que no se va a su país porque su marido odia el frío, pero que muy probablemente allí estarían mejor, “que no te engañen, en Rusia no falta de nada, se vive bien”.

A 860 kilómetros de Moscú las cosas se ven distintas. Katia es tártara y vive en Kazán. Su obsesión es salir del país. “La situación es muy mala, los precios de todo están subiendo y los sueldos no llegan, las empresas extranjeras se han ido, mucha gente se queda sin trabajo. De hecho, a mí me han despedido hace unos días. Hay algunas cosas que son prácticamente imposibles de conseguir, como los cartuchos de tinta para las impresoras”. De un modo algo amargo recomienda no intentar enviarle nada desde aquí: “los paquetes tienen piernas, especialmente los que llegan de Europa. Si no los roban en la aduana, los robarán en Correos”. Lo que verdaderamente le preocupa es el futuro de su hijo. Poco antes de empezar la guerra estaba a punto de ir a estudiar una ingeniería a Praga. Ahora tiene mucho miedo de que sea movilizado y acabe en la frente. De momento ha logrado que vaya a Estambul a estudiar idiomas.

Comparte esta preocupación con Irina, de San Petersburgo. También tiene mucho miedo de ver a su hijo luchando en una guerra en la que no cree. «Todo es muy triste y muy doloroso», asegura. Y no se refiere sólo a los muertos que genera el conflicto. También piensa en el camino siniestro que ha emprendido un régimen cada vez más oscuro y represivo.

Desde el inicio de la invasión las fuerzas de seguridad rusas han abierto procedimientos penales contra al menos 378 personas, entre ellas siete menores. En muchos casos ha bastado con hacer una publicación o un comentario en las redes sociales para ser perseguido. Los tres “delitos” más frecuentes son difundir noticias falsas (léase críticas o negativas) sobre el ejército, vandalismo y discriminación contra militares. Al mismo tiempo, la policía ha iniciado un mínimo de 5.000 procedimientos administrativos contra participantes en acciones contra la guerra. Se les acusa de desobediencia a la policía, mostrar símbolos nacionales ucranianos, cantar canciones ucranianas o simplemente, participar en una protesta. En total 19.443 personas han sido detenidas hasta ahora por manifestarse contra la invasión.

Son personas con nombres y apellidos, como Ilya Yashin, sentenciado el 9 de diciembre a 8 años y medio tras ser acusado de difamar al ejército por el tribunal del distrito de Meshchánsky de Moscú. También en Moscú se envió a una colonia penal -los conocidos gulags– a Alexei Gorinov por hacer declaraciones contra la guerra durante una reunión con diputados del distrito de Krasnoselski.

En Crimea, Alexander Tarapon, fue detenido por exhibir un papel con una fotografía de un familiar que fue a luchar con la inscripción “aquí tenéis un criminal de guerra”. Un juez lo condenó a pasar 2,5 años en una colonia penal, encerrado en régimen estricto.

Altan Ochirov, un funcionario del ayuntamiento de Elistan, pasará tres años encarcelado por difundir vídeos y publicaciones sobre los asesinatos de civiles en Ucrania y las pérdidas humanas del ejército ruso. Algo más de suerte tuvo David Eichendorff, un residente en Tyumen condenado a seis meses por la misma razón.

Irina cree que Putin ha convertido a los rusos en víctimas de la guerra: “todo el mundo que ha sido capaz de encontrar un trabajo o asegurarse la vida fuera de Rusia se ha marchado y otros muchos se lo plantean en serio, pero no nos engañemos, su popularidad es inmensa, no tiene ningún tipo de oposición, resulta imposible pensar en un cambio, y no sólo por la propaganda que emiten a todas horas los medios oficiales, que son todos, sino porque controla el dinero, decide quién come y quién no”.

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