Acabe cuando acabe y como acabe su “operación militar especial” contra Ucrania, Vladímir Putin ya ha pasado a la historia como el peor carnicero y dictador del siglo XXI. ¡Qué triste honor para él y su familia! Esta infamia les perseguirá para siempre.
La estrategia de “tierra quemada” que aplica para intentar conquistar las ciudades del país vecino -con la destrucción masiva de edificios y de infraestructuras civiles- es una práctica militar abominable que viola todos los códigos de respecto a los derechos humanos que adoptó la comunidad internacional después de la terrible II Guerra Mundial.Vladímir Putin cree que tiene razón para hacer lo que hace, pero la masacre y el sufrimiento infinito que está provocando son inadmisibles y no tienen ningún tipo de justificación. Situados en esta etapa de la civilización, hay que hacer entender al presidente ruso -de manera clara y contundente- que las guerras no solucionan nunca nada. Se acabó: guerras nunca más.
Por eso, el mundo occidental y nuestros aliados tienen que poner en práctica un boicot absoluto y total al régimen del Kremlin. Procediendo a cerrar todas las delegaciones diplomáticas rusas en el exterior, a expulsar a Rusia de todas las organizaciones internacionales, bloqueando todas las comunicaciones terrestres y marítimas, rechazando su divisa, cancelando todas las importaciones de gas y petróleo, imponiendo sanciones económicas a los países terceros que hagan negocios con Rusia y multiplicando la ayuda al pueblo ucraniano.
No es rusofobia. ¡Al contrario! Se trata que Vladímir Putin se muera de vergüenza al constatar el pavoroso desastre que está provocando desde hace dos meses y que es indigno de la condición humana, de la razón y de los sentimientos. Los 145 millones de rusos (el 1,8% de la población mundial) también son víctimas de este asesino psicópata que los mantiene enjaulados y engañados.
