Vivir sin confrontar

Nunca sabes lo que hay tras la piel de una persona, la mochila que carga llena de recuerdos, experiencias, penas, alegrías. La ignorancia te lleva a decretar. Aseverar. Juzgar. Pero es solo eso, ignorancia, en el más puro sentido de la palabra: no saber.

La verdad es relativa, circunstancial y temporal y lo más difícil de aceptar: la verdad es individual. La verdad no está en los ojos del que mira, ni en la del que ve. No es de un color y no es que tenga matices, es que no cuenta con otra cosa.

Por eso, deberíamos tener presente que no sabemos todo de esa persona que nos pregunta algo, de esa que nos pita en el coche sin motivo, o de aquella con la que tenemos un encontronazo casual.  No digo que tengamos que obviar cualquier tipo de reacción, pero sí que quizás deberíamos aprender a vivir sabiendo que no todas las batallas tienen la misma magnitud y que a veces, sencillamente no es para tanto o no importa en absoluto.

Recuerdo un libro “El caballero de la armadura oxidada”, en el que uno de los personajes le preguntaba a otro: “¿Y por qué sí?” y el otro le respondía “¿Y por qué no?”.  Poco más argumento hay que añadir.

También recuerdo un profesor de dialéctica en la universidad, que nos dijo: “no es posible debatir entre dos personas que no tienen la misma realidad, discutir por discutir siempre, pero debatir imposible”. Demos por sentado que realidades, igual que verdades, hay más de una. Y damos por evidente, que cuando varias personas debaten desde universos diferentes es inviable llegar a un punto en concreto, más allá del acuerdo en el que ambas partes cedan.

Ceder, entender que tu realidad y tu verdad puede chocar con la de la otra persona y evitar el conflicto buscando el punto medio. No hay verdades en este mundo, hay acuerdos tácitos de supervivencia. Y cuando no los hay se rompe todo.

Hay personas, decía al inicio, que viven sonriendo. Yo sonrío por defecto, los que me han visto dormir comprueban que incluso entonces, sonrío. Hoy, escribo esta reflexión y noto punzante los extremos de la sonrisa arañando los hoyuelos de los mofletes y sin embargo, puede suceder y sucede, que quizás nunca antes me haya sentido tan inmensa, increíble y absolutamente triste.  Recuerdo los comentarios tras el suicidio de Robin Williams sobre su gran faceta cómica y lo “feliz” y “alegre” que resultaba todo el rato. Nada que fuese a vaticinar, según los comentaristas, el impactante final del artista. Me imagino a Robin desde el más allá diciendo: ¿y vosotros qué ibais a saber? En castellano tenemos la riqueza de la sabiduría pequeña de los refranes, y a todos nos suena el “no juzgues a un libro por sus tapas”.

Hay personas que juzgan, hay personas que se ofenden con infinita facilidad, hay personas que confrontan, hay personas que no ven más allá de su verdad, hay personas que hacen este mundo más pequeño e insostenible. Hay Putins, hay Trumps, hay molestas vocecitas que se creen altavoces desde sus comunidades autónomas y sus cuotas de poder. Y estos, estas, solo son la caras visibles de multitud de otras personas anónimas (sin nombre para los que no les vemos, claro, nadie es anónimo) que no dedican ni un minuto de su existencia terrenal a vivir en paz.

Hoy, tras una pandemia, varios desastres naturales, un mundo que se agota y alguna previsión de invasión alienígena por medio de algún que otro meme, vivimos una guerra que se pinta a veces de “la tercera”.  Vivimos de cerca, cosa que hace que nos preocupe, ya que el resto de los 64 procesos bélicos activos hoy en día en el mundo parece que no nos molesten tanto a veces…

Vivimos una guerra con sus motivos políticos, sus carencias de diálogos, prólogos y consecuencias de alto nivel.

Pero al final, si rascas debajo, todo se reduce a la voluntad de las personas, en este caso de personas con excesivo poder cosa que nunca beneficia a nadie, a practicar el ejercicio interno de respetar al prójimo, de entender que el otro no puede ser quién modifique tus decisiones, de no juzgar, de entender diferentes posturas, de empatizar y finalmente de querer vivir sin confrontar.

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