La capacidad de Laporta para obtener extraños recursos, como en su día esos diez millones de euros cobrados en Uzbequistán por asesorar en la construcción de oleoductos, ha entrado en campaña cuando ha presentado su sede social en la antigua fábrica Moritz, el rival de uno de los partners históricos y más identificados con el FC Barcelona y con Catalunya como es Damm.
La firma cervecera, que lleva muchos años ligada al Barça en condiciones y relaciones que van mucho más allá del contrato, han interpretado el gesto del expresidente como una puñalada comercial no sólo a Damm sino al propio club. Asociar sus presentaciones, actos electorales y al propio hecho de dar la firma al candidato a una marca competencia de la que es la cerveza del Barça por excelencia supone, de hecho, una falta de respeto hacia una compañía dispuesta, como ha demostrado, a colaborar con el club siempre que lo ha necesitado y a no retirar o reducir su patrocinio como están haciendo otros en estos tiempos de crisis y de pandemia.
El final parece claro: dar de beber cerveza a todos los socios que le quieran ofrecer la firma, in situ, en una sede electoral que Laporta no tendrá que pagar ni mantener porque forma parte de un intercambio comercial y publicitario. En clave de humor ya circulaban planes entre sectores barcelonesitas de ir a por la pizza de Jordi Farré y acompañarla con una birra de Laporta. Se supone, conociendo a Laporta, que le habrá prometido a Moritz un futuro en el Barça.
Cuando era presidente, Laporta se tiraba por la cabeza el champán del más caro en las fiestas su dolce vita de aquellos tiempos de opulencia. Por ahora tendrá que conformarse con cerveza Moritz para sus recurrentes celebraciones.