El legado de Jordi Pujol. Una visión personal

Mi primer acto político fue ir a la plaza de Sant Jaume con mis padres el día que llegó Josep Tarradellas a Barcelona y dijo "Ja sóc aquí!". Era el otoño de 1977 y yo tenía 12 años. En el año 1980 Jordi Pujol consiguió una mayoría de votos en el Parlament de Catalunya para proclamarse presidente de la Generalitat, y lo fue hasta 2003, cuando ganó Pasqual Maragall.

Yo me afilié a las Juventudes Socialistas en 1982. Mi militancia de juventud coincidió con los gobiernos de Felipe González en el gobierno español y de Jordi Pujol en el gobierno catalán. Apoyábamos críticamente a González y militábamos en la oposición a Jordi Pujol. Lo sufrimos de lo lindo. Incluso lo conocí personalmente: dos veces lo visitamos la dirección de la JSC al Palacio de la Generalitat y, cuando fui concejal del Ayuntamiento de Barcelona, recuerdo haber entregado unas medallas de los Juegos Paralímpicos con él. No puedo decir que fuera especialmente simpático.

No he conseguido entender nunca a aquellos que todavía dicen que es una persona muy inteligente. La inteligencia es multidimensional y está claro que alguna neurona le debe de funcionar bien si llegó al poder y lo mantuvo durante tanto de tiempo, y si sus delitos han pasado con la impunidad que han pasado. Se tiene que tener un mínimo de inteligencia para eso (pero otros muchos también han hecho lo mismo). Pero ni me parece que sea una persona especialmente culta, ni me parece que haya hecho ninguna contribución especial a la humanidad (ni a Catalunya como colectividad).

No ejerció nunca la profesión para la cual dicen que estudió (medicina), habla bastante mal varios idiomas (incluyendo el catalán), y no parece que tuviera una gran afición por la lectura. En el libro "Lo mínimo que se puede decir", las memorias políticas de Raimon Obiols, se lee: "En una sesión parlamentaria un tanto tempestuosa, Jordi Pujol me espetó un "Usted, Sr. Obiols, lee demasiado!" ("Nunca lo suficiente", le respondí)".

La sobrevaloración de Jordi Pujol sólo se explica por la longevidad no sólo de su poder, sino de su influencia. Su legado es un sistema de clientelismo de masas, una máquina formidable de esquivar la rendición de cuentas y hacer agit-prop, un desprecio por la justicia y el estado de derecho, un recelo de la Catalunya urbana y metropolitana, un desprecio por aquello que es colectivo, una visión conservadora de la realidad, además de la ruptura del consenso catalanista, una sociedad dividida, el carácter patrimonial de la administración, y la corrupción rampante.

Es hora de que una parte mayoritaria de Catalunya haga una catarsis colectiva y supere el complejo pujolístico-industrial en el que todavía vivimos; de lo contrario, no saldremos adelante.

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