Invitad al vampiro

Los que saben de vampiros cuentan que el vampiro solo entra en casa si le invitas. Una vez en casa crees que le habías esperado siempre.

El nacionalismo invitó a entrar al fascismo. Y ha entrado. ¡Es tan tentador! En algunas casas no saben que el invitado se llama Fascismo, adoran su disfraz de demócrata. El vampiro les pide gritar "¡Que se vayan!". "¡Colonos! ¡Extranjeros! ¡Ladrones!". El vampiro es seductor. Permite actuar sin pensar. Es pura voluntad, acción sin reflexión. El goce del insulto sin la corrección de los progres, esa gentuza cargada de prejuicios. Libertad. El triunfo de la voluntad de ser.

Una maestra me dice que en Cataluña no se vota a Vox porqué en Cataluña no hay fascistas. Y por ese motivo se plantó con sus hijos ante un chiringuito de Vox y les gritó: "Iros, aquí no os queremos". (En catalán, por descontado). Le conté algo sobre derechos civiles y democracia. Pero ella estaba tan orgullosa de su gesto que no me escuchó. Entendió que yo defendía a Vox. No solo eso, si no que estaba de su parte. Entonces tuve que explicarle que, si en Cataluña hay poco Vox, es porqué el espacio sociológico de la extrema derecha está ocupado por Puigdemont.

El nacionalismo catalán ha desatado a la bestia. Ha liberado lo peor del sentimiento identitario catalán, que siempre estuvo aquí pero estaba avergonzado. El nacionalismo lo ha empoderado, le ha despojado de la vergüenza y ahora se exhibe orgulloso de ser xenófobo, violento. Le ha devuelto el orgullo primitivo del grito, lo que hay antes de la articulación, antes del pensamiento.

El nacionalismo catalán empezó por pretender sacar a Cataluña de España y ahora pretende echar a España de Cataluña. El grito contenido en la garganta: prohibir el uso del castellano, señalar a los que no somos nacionalistas, las purgas, las extradiciones, fiscalizar el grado de adhesión al nacionalismo entre ciudadanos. Hay muchos ejemplos de todo ello. A veces me propongo contarlos pero me asusto: temo contribuir a empeorar las cosas. Pensar me limita. Ellos se liberaron de la limitación: el fascismo es trangresión, como el vampiro.

Empezaría por contar las cosas pequeñas: el alumno que es invitado a cambiar de residencia por no querer hablar en catalán; la discusión familiar en la que un hermano le sugiere al hermano no-independentista que se largue más allá del Ebro; el compañero de trabajo que usa el mismo argumento para con el compañero de años; el director del colegio que le suelta a un profesor interino que no fue a votar el 1-O y que "aquí no queremos a los que son como tu"; la madre que, en la entrada de la escuela le dice a su hijo "no hables con Fulanito, que habla feo" (Fulanito habla castellano); el editor que le devuelve un original al autor porque "no puedo publicar algo así en estos tiempos"; el periodista que suspende una entrevista por el "qué dirán en mi medio si publico esto"; la madre que intenta convencer a su marido de que se cambien de comunidad autónoma porqué no soporta más el adoctrinamiento en su escuela y el marido le responde "no hay para tanto"…

Son ejemplos pequeños. Una escueta reseña costumbrista, el retrato doméstico de algo que pasa pero es tan pequeño que no vale la pena. Pero eso es el relato. La narración del desastre, la crónica de la destrucción pequeña pero inexorable. Como un virus de apariencia común, vulgar, conocido. Cosas que pasan, casi nada. Lo normal.

Un ejemplo más. Apenas una anécdota: un grupo excursionista veterano, que lleva más de dos décadas reuniéndose los fines de semana para subir a los montes cercanos. Son gente mayor, casi todos jubilados tras unas vidas que no fueron fáciles. La tradición del grupo es que, cuando llegan a la cima, se sacan una foto. Un día, al llegar a la cima y justo antes de la instantánea, uno de ellos, por sorpresa o a traición, saca una bandera independentista y la ondea por encima de las cabezas de todos. Algunos sonríen. Otros no sonríen y se callan. Alguien protesta, dice que eso mejor que no, aquí no, que eso crea división. Le sugieren que deje el grupo en donde lleva veinte años. Así de simple.

Invitamos al fascismo y el fascismo entró. Lo que viene luego lo desconozco. O lo temo tanto que finjo desconocerlo.

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