El niño republicano

El niño republicano. Este es el título de un libro escrito por el periodista y escritor Eduardo Haro Tecglen, que fue subdirector y principal colaborador de la mítica (para nuestra generación) revista Triunfo, que tanto nos ayudó a soportar lo grisáceo y las miserias de un régimen autoritario y bastante corrupto. Triunfo es una revista que he echado de menos desde su desaparición en 1982. Representaba el pensamiento y la cultura de la izquierda, de lo que nosotros pensábamos que tenía que ser la izquierda.

En alguno momento Triunfo nos hizo creer que en España una política progresista era no sólo posible, sino casi inevitable. Desaparecido Triunfo, a la mayoría de sus redactores los volvimos a encontrar, durante años, en las páginas de El País, pero ya no era lo mismo, ya las diferentes fuerzas políticas y económicas del Estado habían enseñado sus cartas: en este país, los gobiernos de izquierdas son una excepción, una anomalía; algo a evitar.

Haro exhibía un lúcido pesimismo cuando, en frases que son perfectamente actuales, decía que no es cierta la suposición de que las injusticias se podrían resolver entre dos o más partidos salidos del mismo vientre; que también es incierta la idea de que estamos representados por un parlamento mal escogido mediante unas leyes equivocadas, o por unos partidos deformes, y decía que no tiene sentido seguir creyendo que una Constitución hecha de prisa y corriendo y con miedo puede ser eterna y que la democracia española que conocemos vuelve a ser un "Movimiento".

Sin embargo, Haro también tiene un agudo sentido del humor político y del sarcasmo, tal como se hace patente en un libro de conversaciones con su buen amigo el actor Fernando Fernán Gómez (La buena  memoria), donde se muestran partidarios del establecimiento de diferentes monarquías en el estado español (la catalana, regida por el conde de Barcelona; la aragonesa, por el Berenguer que corresponda, etc., y por encima de todas un Emperador, que será el que, con toda solemnidad, nos reciba cuando vayamos a la capital del Imperio).

En cualquier caso, Haro tenía motivos para su pesimismo: poco después de acabar la guerra, su padre, escritor y oficial de la Marina retirado, fue condenado a muerte por sus ideas republicanas, condena que fue conmutada por una de prisión gracias a la intercesión de su hijo Eduardo. Durante aquel tiempo tan turbio parece que Haro coqueteó con el partido de la Falange, probablemente para facilitar la conmutación de la pena de muerte impuesta a su padre.

Pasados los años, cuando ya se había hecho un nombre en la prensa, algún periodista malévolo (no vale la pena citar el nombre), en una especie de cacería de brujas carpetovetònica, le reprocharía este pasado falangista, cómo si la posibilidad de salvar la vida del padre no justificara sobradament su conducta: "Era cuestión de supervivencia; internamente sentía que no estaba siendo el autor de mi propia vida, que mi vida me había sido robada con la caída de la República".

Comentando su última película, significativamente titulada El traidor, centrada en la traición del mafioso Buscetta, el director italiano Marco Bellochio dice que uno de los significados del verbo traicionar es el de romper con las realidades que ya no nos convienen, y que en este sentido todos hemos sido traidores. "Yo he traicionado", dice, "mi educación
católica, cosa que disgustó a mi madre, pero esto me ha hecho crecer (…) Y cada una de mis películas traiciona s la precedente"

En este libro Haro confiesa que huye de las palabras progresista e izquierda, que considera que han sido devoradas desde dentro. Para definirse utiliza la palabra "rojo", y explica a qué alude cuando habla de los rojos: "Hay una ideología constante que puede arrancar en Rousseau, para no ir más lejos y que llega hasta 1968, Rudi Dutschke y los profesores italianos encarcelados, como Negri. (…) Ideología que después se apaga como intento de crear una forma política permitida (…). Históricamente alcanza desde la Revolución francesa, sin excluir el Terror, hasta los maies de México a Chiapas". Quizás hay que aclarar que El niño republicano está escrito en 1996; no sabemos qué otras referencias citaría hoy Haro para afirmarse como rojo.

Se reivindica como rojo y como niño republicano, una República que él conoció de niño, pero que nunca ha podido crecer en este país, que nunca ha podido desarrollarse debidamente; no la han dejado; no la dejan.

 

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