De un espíritu a otro

Durante una buena parte del siglo pasado en los institutos de enseñanza secundaria de toda España existía una asignatura llamada "Formación del espíritu nacional", que generalmente impartía un miembro del partido único (Falange) y que tenía por teórico objetivo el de enseñar la filosofía y los fundamentos del Nuevo Estado nacido de la guerra civil.

Ya el título de esta asignatura sugería que el espíritu nacional era algo que se tenía que formar, o que estaba deformado y que convenía reformar. En cualquier caso, con el tiempo, superado el ardor guerrero de los miembros del partido único, la "Formación del espíritu nacional", junto con las clases de gimnasia y de religión católica, se convirtieron en unas asignaturas que se aprobaban sin ningún esfuerzo, casi sin ir a clases y que fueron denominadas " Las tres Maries" (en alusión a la Virgen Maria, Maria de Betania y Maria Magdalena; la poca consideración que se tuvo a las mujeres del Nuevo Testamento quedó perfectamente reflejada en el valor que se daba a estas asignaturas).

Hasta hace poco conservé en mi biblioteca un ejemplar del libro Vela y Ancla (Editorial Doncel, 1960), que contenía una selección de textos de autores clásicos castellanos (Calderón, Lope, Blasco, Baroja, Unamuno…), junto con varias fotografías que tenían por misión exaltar al nuevo régimen e intentar dotar de carisma a su líder principal. Este libro era de lectura teóricamente obligatoria para todos los alumnos de sexto de Bachillerato. Hay que decirlo todo: la lectura de aquellos textos, de aquellos fragmentos de ensayos y de novelas, que presuntamente habían sido elegidos por su carácter formativo, me acercó a la buena literatura; todavía me acerca hoy.

Ignoro cuántos compañeros de clase de aquella época se sintieron formados por o en el espíritu nacional; Luis Maria Anson (entonces joven periodista que nos alertaba sobre el peligro chino) afirmaba que la juventud española era la reserva espiritual de Europa y algún ministro franquista citaba lo que él identificaba como estadísticas de confesionario para decir que, desde la implantación del nuevo estado, el índice de masturbación masculina había menguado en España. ¿Era esto lo que se pretendía; la formación del espíritu nacional implicaba, necesariamente, una fuerte represión sexual? Probablemente la intención era otra, formar personas con criterios morales claros y con vínculos solidarios. Faltaban, sin embargo, los ejemplos que representaban a los buenos y grandes maestros que, por razón de la guerra, en una gran mayoría habían emigrado o se encontraban aislados, autoexiliados. Los resultados fueron muy precarios; es posible que nuestro espíritu nacional, el de aquí o el de allá, esté todavía por formar. El peligro no vendía de la China; se encontraba en nosotros mismos.

Diferente es el caso de lo que denominaremos "Formación del espíritu audiovisual", que no es exactamente una asignatura que se imparte en ningún curso de Bachillerato, pero que funciona como si lo fuera en todos los niveles de la enseñanza primaria, secundaria y universitària. Nuestros hijos y nietos, que han nacido prácticamente con un ingenio audiovisual bajo el brazo, ya desde muy pequeños han sido y son literalmente inducidos a familiarizarse con las imágenes, infantiles o no tan infantiles, que emiten las televisiones y las diferentes redes sociales y que pueden visualizar a través de los más variados aparatos (móviles, ordenadores, ipads, etc) que los adultos muchas veces no controlamos ni sabemos hacer funcionar. El objetivo principal de los difusores de los contenidos audiovisuales no es otro que el de crear adicción, el de engancharnos a todos (grandes y pequeños) a las redes de una manera permanente. A veces he pensado que tienen otro objetivo, igualmente perverso: el de hacernos creer que ya no existe vida más allá de las redes, el de procurar que nos representemos el mundo (un mundo muy feliz por sus promotores) como una gran red completa y eternamente conectada y que nos sometamos a los dictados que en cada momento nos van proponiendo. Se trata también aquí de formar nuestro espíritu –lo que queda de nuestro espíritu- para que nos convirtamos en personas obedientes y acríticas con el mundo virtual que nos es propuesto, de convencernos de que ya no hay ninguna alternativa, ningún otro mundo posible.

Algunos todavía confiamos, sin embargo, en que lo que queda de nuestro espíritu sepa reaccionar y, a pesar de estas formaciones forzadas (la del espíritu nacional y la del espíritu audiovisual), pueda volver a ocupar el territorio que es propiamente suyo: el del pensamiento, la lectura y el diálogo.

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