Vivir y morir en la calle

Hace unas semanas, unos cientos de personas, convocadas por diversas entidades, entre ellas el Hospital de campaña de la Iglesia de Santa Anna, se reunieron en la plaza de Sant Jaume para celebrar una ceremonia de despedida en honor de la gente que, durante el último año, había muerto en la ciudad de Barcelona, ​​después de haber vivido largas temporadas en sus calles. Había un gran corazón blanco (quizá algo kirsch) por cada difunto, y en medio del corazón figuraban, si eran conocidos (no siempre lo eran) el nombre y apellido de la persona que había muerto. Durante el acto un joven contratenor del Liceo interpretó el aria más famosa de la ópera Jerjes del compositor Händel: "Ombra mai fu" (Nunca hubo sombra). Un aria que se utiliza con profusión en ceremonias mortuorias, y que en la citada ópera está dirigida, con admiración, a un plátano oriental muy estimado por el rey Jerjes primero de Persia. Sin embargo, como sabemos, en toda vida humana, casi sin excepción y también en la vida de las personas que se ven obligadas a pasar muchos días en la calle, hay alguna sombra. Estas sombras, sin embargo, no contradicen sino que reafirman nuestra condición humana.

Vivir en la calle: el mes de noviembre de 1991 el diario ‘El País publicaba, creo recordar que en primera página, un excelente reportaje titulado "La voz de Gary Cooper duerme en el metro de Madrid", donde se destacaba que una estación del metro de la capital del Estado español permanecía abierta durante la noche para resguardar del frío a los que luego serían conocidos como los sin techo; entre ellos, además de diferentes yonquis y marginados, había un sobrino de un concejal de Madrid, el hijo de un distribuidor de cine y un militar de condición dudosa. Dormía también allí un antiguo actor de doblaje a quien la ludopatía había llevado a la ruina; este hombre había dado voz castellana a uno de los más distinguidos actores del Hollywood de la edad de oro: Gary Cooper, protagonista de tantas películas del Oeste ( ‘Solo ante el peligro’, ‘El árbol del ahorcado’,…) donde, con más o menos elegancia, se glorificaba el individualismo con pistolas, y la fascinación de algunas mujeres por determinados hombres maduros y con pasado más bien oscuro. El reportaje del diario ‘El País’, modelo de periodismo verdad, lo hicieron dos periodistas que habían decidido pasar una noche con esa voz y sus acompañantes.

El de la voz de Gary Cooper no es el único caso de personajes más o menos famosos que viven o malviven y duermen o maldormen en la calle: las actrices Gracita Morales y Lola Gaos (esta última, hija de republicanos exiliados y hermana del filósofo José Gaos y del poeta Vicente Gaos) murieron prácticamente en la indigencia, abandonadas incluso por aquellos que las habían perseguido cuando la fama las sonrió. Sin duda, la falta de nobleza obliga.

Algunas de estas personas no viven necesariamente en la calle: algunas pueden tener un techo donde protegerse, o una pequeña habitación refugio, o tal vez una cama de las llamadas calientes donde descansar, una cama que es ocupada sucesivamente por varias personas durante las 24 horas del día. Sin embargo muchos de ellos prefieren un buen agujero en la calle (el calor de unos cajeros automáticos) que una mala cama en una habitación sin ventilar.

Sin duda -esto ya se ha dicho demasiado veces- es un escándalo mayúsculo el hecho de que, mientras una parte de la población del mundo vivimos en condiciones materialmente bastante satisfactorias, otra parte bastante numerosa debe conformarse con las sobras del banquete, si es que las hay. Es como si no pensásemos que nuestra fortuna se puede torcer en cualquier instante y que cada vez será más difícil mantener como modelo el ritmo de vida occidental, basado en el consumismo de objetos materiales, por muy sofisticados que estos sean. Cada vez parece más claro que el planeta se está rebelando contra los modernos prometeos, que no sólo pretenden robar el fuego a los dioses, sino también ocupar su lugar y decidir sobre la vida y la muerte de todos nosotros.

Albert Camus, en su libro "El hombre rebelde" (y no sólo en este libro) hacía patente esta actitud humana, que él mismo compartía, de mostrar su rebeldía ante situaciones que consideraba objetivamente injustas (una dictadura, una invasión armada, un abuso de poder). En estas situaciones rebelarse es inevitable.

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