Prietas las filas

En su condición de empresario hotelero y de juegos de azar, no parece que el próximo presidente de los Estados Unidos de América encarne los intereses del capitalismo más performante de su país. Aunque no es descartable que esté preparando café para todos (los grupos de interés) e incluso que, arrastrado por su vocación escénica, acabe actuando por libre. No faltan ejemplos de ello en la historia.

Simplificando, se podría deducir que, durante la campaña electoral, Hillary Clinton representaba más bien los intereses de la fracción imperialista del capital financiero especulativo (ficticio), mientras que Donald Trump simbolizaba los del capitalismo industrial, que parece estar perdiendo terreno en el campo de la competencia global. Si, como ha prometido, su gobierno acaba poniendo el acento en la reindustrialización del país, en detrimento de otros sectores, como el de la tecnología digital, el conocimiento, el dinero o las nuevas energías, nadie descarta que las contradicciones inter-capitalistas se agudicen y acaben desatando crisis políticas. Pero también podría ocurrir (lo cortés no quita lo valiente) que los movimientos domésticos de reindustrialización, aparentemente creadores de nuevos puestos de trabajo (pan y circo), se compaginen con un renovado impulso globalizador de sectores enteros de la economía americana como, por ejemplo, el relacionado con las armas.

A juzgar por los primeros nombramientos de Donald Trump por ahí podrían ir los tiros. La designación de Gary Cohn como su principal asesor económico y presidente del Consejo Económico Nacional (que coordina la política económica entre los diversos organismos gubernamentales) no es nada inocente. Se trata, nada menos, que de la entrada de Goldman Sachs por la puerta grande en el Ejecutivo de los EE.UU. Exactamente con lo que el futuro presidente bromeó durante la campaña electoral, cuando dijo que si ganaba Hillary Clinton el megabanco se haría con las riendas de la economía del país.

Por si podría quedar alguna duda, otro Goldman Sachs de primera línea, Steve Mnuchin, será el secretario del Tesoro, con lo cual todo queda en casa y no hace sino corroborar la larga y seguramente fructífera tradición de este megabanco de ir colocando a sus hombres en primera línea de los gobiernos. Así ocurrió con Robert Rubin en la época de Bill Clinton y con Henry Paulson, en la de George W. Bush. También con Mario Draghi, actual presidente del Banco Central Europeo o el ex-presidente italiano Mario Monti.

Con Mnuchin, que el presidente ejecutivo de Goldman Sachs, Lloyd Blankfein, ha descrito como «un tipo muy inteligente», formará equipo Stephen A. Schwarzman, procedente en este caso de Lehman Brothers (como nuestro Luis de Guindos), que ha sido colocado al frente de una plataforma de estrategia económica y política creada por Trump para «engrandecer de nuevo América». Schwarzman es presidente de Blackstone, el mayor fondo de inversión del mundo, y junto a él estará lo más granado del mundo empresarial, como Larry Flink, de BlackRock; Bob Iger, de Walt Disney; Ginni Rometty, de IBM; Jamie Dimon, de JP Morgan Chase; Mary Barra, de General Motors y Doug McMillon, de la cadena minorista Walmart.

La guinda de este pastel de tiburón corresponde de momento a Rex Tillerson (hasta ahora presidente de Exxon Mobile Corporation, la mayor empresa de energía del mundo), que se hará cargo de la cartera de Asuntos Exteriores. La casta mediática se ha apresurado a interpretar este nombramiento como una materialización de la anunciada simpatía personal de Donald Trump por Vladimir Putin, pero también cabría preguntarse por otros móviles, como los relacionados con los intereses de la industria petrolera americana que, casualmente, podrían coincidir con los de Rusia. «El mundo va a tener que seguir usando los combustibles fósiles, les guste o no», es una de las declaraciones de principios de Tillerson.

Y si algo podría faltar para cerrar el bucle, véase el nombramiento de Scott Pruitt al frente de la Agencia Estadounidense de Protección Ambiental (EPA). Pruitt, que según su biografía oficial se postula como uno de los principales opositores a la EPA que dirigirá él mismo, ha combatido desde la seguridad social hasta las normas ambientales más variadas, niega el cambio climático y, claro, ha trabajado para la industria del petróleo.

Está por ver si en este hilo conductor de intereses se engancharán Mark Zuckerberg, Bill Gates y compañía. Seguramente sí. Y en todo, caso, las contradicciones internas del capitalismo americano (si así cabe denominarlo) probablemente no acabarán en sangre. Porque Donald Trump no ha llegado para acabar con el orden de cosas imperante sino para mejorarlo o, dicho con otras palabras, para perfeccionar el sistema y no para liquidarlo. Harina de otro costal es si lo logrará y a costa de qué. Todo ello, mal que les pese a los Francis Fukuyama, Bernard-Henri Lévy, Mario Vargas Llosa y adláteres, que con tanto ahínco nos vendieron la perfecta simbiosis capitalismo-democracia.

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