Gente absurda

Qué fácil es disparar contra el pianista. Qué fácil y qué triste, sobre todo cuando lo hacen francotiradores supuestamente demócratas. Qué piel más fina que tienen algunos y qué coraza tenemos que desarrollar el resto de mortales para que sus tonterías verbales y escritas no nos traspasen más que unas pocas capas de epidermis y no provoquen daños irreparables en nuestra paciencia infinita. El último caso de polémica absurda de gente absurda la hemos vivido esta semana pasada por la designación como pregonero de la Mercè de este año del cronista periférico y escritor irreverente Javier Pérez Andújar.

Que a estas alturas de la vida se tengan que escribir artículos de apoyo a un periodista sólo porque la alcaldesa Ada Colau le ha invitado a leer el pregón de las fiestas de Barcelona me avergüenza. Estos que tanto cacarean sobre los déficits democráticos del peor gobierno español que nos ha tocado sufrir en muchos años tendrían que mirarse al espejo y preguntarse si ellos son mejores personas que los que desde Madrid intentan hacernos la vida imposible o más entretenida, según cómo se mire. Yo, por mi lado, no pienso hacer un panegírico de Pérez Andújar porque no necesita de nadie que defienda su profesionalidad a pesar de escribir en El País, como algunos avispados intelectuales del régimen han recordado.

Yo también soy periférica, concretamente de Sant Martí de Provençals, conocido antes como la Verneda. Por eso, las vivencias de hijo de familia inmigrante y obrera acabada de aterrizar en un barrio dormitorio construido deprisa y corriendo sin servicios que aparecen en su libro Paseos con mi madre son también las mías. Como Pérez Andújar, soy lo que soy gracias al sacrificio que mis padres hicieron para darme estudios pensando que así sería más feliz y menos esclava que ellos. Y sí, soy más feliz y menos esclava de lo que fue mi padre trabajando igual que toda su familia para los Ribera Rovira, franquistas catalanes reconvertidos en demócratas gracias a CiU que encerraban a mi abuelo en la fábrica del Poblenou cuando Franco visitaba Barcelona.

El siguiente libro de Pérez Andújar me dejó tan traumatizada que estoy por ir el día del pregón a pedirle explicaciones por todo el mal hecho. Han pasado dos años desde que leí Catalanes todos y todavía tengo náuseas cuando rememoro la imagen del soupeur Jaime Casellas mojando mendrugos de pan seco en los meados de los lavabos públicos de Barcelona hasta que descubrió a su admirado Franco «encorvado, protegido por una columna de leales catalanes, meando sobre la gran avenida de Barcelona que llevaba su nombre». El resto de la historia os la podéis imaginar.

No sé si algunos de los que estos días han puesto a parir autor y alcaldesa a partes iguales tiene entre sus hobbies ir mojando migas de pan en los restos de micciones que forasteros y autóctonos dejan ahora en los contenedores de la ciudad a falta de urinarios públicos. No seré yo quien los juzgue por su peculiar afición, pero esto explicaría su mala baba porque igual es que se han visto descubiertos. Alguno ha puntualizado que la crítica no venía tanto porque Pérez Andújar sea un catalán de segunda o tercera categoría, ni tampoco porque represente a una parte de la población que vive la patria de barras y estrella de una forma más abstracta. Venía porque Colau tira de amigos y de plumíferos de diarios españoles.

La próxima Mercè, señora alcaldesa, sea más retorcida -como la protagonista de Borgen estaría bien- y adopte a un intelectual del régimen de la parte norte de la plaza Sant Jaume. Candidatos a pregoneros hay la tira. Y no se preocupe, que ya encontrarán otro motivo absurdo o no para seguir criticándola hasta la primavera del 2019.

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