Acabe como acabe el «proceso de transición nacional», es obvio que deberá haber una negociación entre el Gobierno central y la Generalitat. Ya sea para tratar los 23 puntos que el presidente Artur Mas presentó en la Moncloa, ya sea para reformular el sistema de financiación autonómica, ya sea para modificar algunos puntos de la Constitución del 1978 que «blinden» aspectos esenciales de la autonomía catalana, ya sea para hacer una «fotocopia» de la Constitución federal alemana o ya sea para repartir los activos y pasivos de un hipotético «divorcio» en clave secesionista.
Tarde o temprano, debe haber un diálogo político, una negociación y un pacto entre las instituciones catalanas y españolas, en función –como es lógico- de la representatividad que den las urnas en las elecciones generales de finales del año próximo. Los actuales actores, PP-PSOE en Madrid y CiU-ERC en Barcelona, son incapaces de negociar y acordar nada. Han optado por una táctica frentista que desemboca en un exasperante e interesado «monólogo de sordos».
Pero he aquí que en el mapa sociológico de Catalunya y España han surgido y han cuajado, en los últimos tres años, dos poderosas fuerzas «incontroladas» que obtienen su legitimidad a partir de multitudinarios procesos asamblearios participativos organizados de abajo arriba: la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Podemos. Ambos son «artefactos» políticos novísimos que se han expandido como una mancha de aceite por el territorio gracias, en buena medida, al uso intensivo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Aunque sus líderes no lo admitan en público, la ANC y Podemos comparten muchos puntos en común: la defensa radical de la democracia, la voluntad de romper el statu quo heredado de la transición postfranquista, la necesidad de regenerar a fondo la vida política, la transformación de las relaciones de poder económico…
Por eso no entiendo las exageradas suspicacias que el fenómeno Podemos crea en la ANC ni la incomprensión de algunas personas de Podemos hacia los planteamientos independentistas de la ANC. Desde la ANC hay quien ve Podemos como una «quinta columna» del españolismo en Catalunya y desde Podemos hay quien acusa a la ANC de ser un instrumento de la «casta corrupta» que ha gobernado en Catalunya durante los últimos 34 años para intentar escabullirse de la presión judicial sobre sus saqueos.
Creo que la ANC y Podemos, Carme Forcadell y Pablo Iglesias, están condenados a hablar y a entenderse, tal como hicieron las fuerzas republicanas y catalanistas en el llamado Pacto de San Sebastián que precedió a la proclamación de la II República. Al fin y al cabo, son plataformas nítidamente rupturistas, civilizadas y democráticas que demuestran, ahora y aquí, que tienen a favor el viento de la historia.
La «casta» transversal que denuncia Podemos también está muy presente en Catalunya. Lo vemos estos días a raíz del estallido del caso Pujol y de la querella del FROB contra quienes han provocado la ruina de la Caixa de Catalunya. Oleguer Pujol tenía como socio al yerno de Eduardo Zaplana. Jordi Pujol Ferrusola hacía negocios con el marido de Dolores de Cospedal, con el exdiputado socialista ‘Luigi’ Garcia o con el exdirigente socialista Dídac Fábregas (El Pájaro). El «sector negocios» de Convergència tenía la Caixa de Catalunya del socialista Narcís Serra como su «banco particular». El promotor Felip Massot, que se pavoneaba de pasear en su yate a Artur Mas por las aguas de Cerdeña, ha provocado él solito un «agujero» de 300 millones de euros en la antigua caja de la Diputación.
Llegan nuevos tiempos, donde la ANC y Podemos lograrán un gran protagonismo político. Si en vez de mirarse de reojo, Carme Forcadell y Pablo Iglesias deciden mirarse a los ojos, a buen seguro que juntos encontrarán, a partir del 9-N, respuestas a las grandes incertidumbres colectivas de estos momentos cruciales.