La vorágine del día a día del caso Pujol no nos tiene que hacer perder la perspectiva. No es sólo una cuestión de familia: es todo un sistema que se hunde ante las investigaciones conjuntas de la policía, de la Agencia Tributaria, de los fiscales y de los jueces del Estado español. Un sistema que ha sido hegemónico en Catalunya durante 34 años y que el Tripartito no fue capaz de desmantelar, para vergüenza de la izquierda catalana: ¡negoció y pactó con la mafia!
Catalunya debe ser limpiada a fondo. Tenemos que despujolizar todos los resortes contaminados por esta trama putrefacta, que son muchos. La Generalitat está infectada de colaboradores de esta tupida red de corrupción. Hay grupos empresariales que han prosperado de manera espectacular gracias a su involucración con este clan de presuntos delincuentes (Sumarroca, Cornadó, Rosell, Suqué, Bagó, Vilarrubí…). Hay intelectuales que han dado cobertura a los saqueadores. Hay periodistas y medios de comunicación que, a cambio de dinero, se han dedicado a justificar el pujolismo y a tapar sus reiterados escándalos.
Si miramos la composición del actual Gobierno de la Generalitat encontramos a dos ilustres miembros de esta trama. Uno de ellos es el presidente Artur Mas. Las cuentas de su familia en Liechtenstein y Suiza están conectadas con las del clan Pujol, del cual ha sido, históricamente, un testaferro. Por dignidad democrática –si es que le queda- debería presentar inmediatamente la dimisión, antes de que los hechos consumados no le obliguen a pasar por el mal trago del escarnio público.
El consejero de Empresa y Ocupación, Felip Puig, también está en el epicentro del escándalo. Su hermano Jordi ha compartido, durante años, el despacho y la secretaria de Ganduxer 5 con Jordi Pujol Ferrusola. Los Puig y los Pujol son uña y carne: han creado numerosas sociedades conjuntas, han hecho negocios juntos y se han repartido alegremente beneficios y comisiones. Políticamente, Felip Puig es el «guardián de las esencias» de CDC. Su continuidad en el gobierno es una aberración democrática que sólo se explica por su estrecha connivencia con Artur Mas, la persona clave de la trama mafiosa en el Palau.
Yo creo, como afirma el himno de Els Segadors, que Catalunya «tornarà ser lliure, rica i plena». Pero antes debemos deshacernos del lastre pujolista, retomar el camino que abrió el presidente Josep Tarradellas y empezar de nuevo. Quien no abjure previamente de este sistema perverso que hemos sufrido durante 34 años de pujolismo no está habilitado para participar en el futuro de la Nueva Catalunya que se abre ante nuestros ojos.
La «purga», empezando por las filas de CDC, tiene que ser a fondo y total. No tiene ningún tipo de sentido que Artur Mas continúe, ni un día más, al frente de la Generalitat. Este gobierno no tiene ningún tipo de estabilidad ni de credibilidad. Al contrario, su debilidad es letal para los intereses políticos y económicos de Catalunya en unos momentos tan críticos como los actuales. ¡No podemos tener un presidente prisionero de sus cuentas en paraísos fiscales y de los dossieres de Madrid!
Si Artur Mas quiere hacer, de verdad, un servicio al país tiene que largarse ya y dar el relevo a algún diputado de CDC que esté limpio como una patena o bien liquidar esta desgraciada legislatura y convocar elecciones anticipadas al Parlament. La plaza de Sant Jaume es una cloaca a cielo abierto y la fetidez ya es insoportable. Catalunya no se merece un presidente que fue designado a dedo por el clan mafioso que ahora todos hemos descubierto, horrorizados.