Vergüencilla

La hAda Colau llora por tanto mal rollo y la galaxia procesista la sigue poniendo a parir. Ni caridad cristiana ni misericordia ante tanto sufrimiento soportado en silencio como si tuviera almorranas. Mejor clavarle los colmillos en el cuello con más fuerza todavía por la traición de escoger a los socialistas para gobernar Barcelona y hacer ver que el apoyo del ex ciudadano Valls no va con ella. ¡Qué vergüencilla!, exclaman cuando la alcaldesa reconoce en voz alta sus ganas de tirar la toalla porque pocos la creen. “¡Lágrimas de cocodrilo!”, responden los burros que relinchaban, hacían gestos obscenos y tiraban huevos hace dos sábados en Sant Jaume. Comprobado: el procesismo hace estragos en la salud mental de los catalanes y los convierte en descerebrados.

Yo si tengo que sentir vergüencilla de alguien no es de Colau, aunque cante sus penas ante un micro y avise que podría ser su último mandato de acuerdo con su código ético, que hoy se aplica y mañana quizás no. A mí la vergüencilla me la provoca ERCnest Maragall justificando el fanatismo violento de su parroquia y diciendo que si los comunes le hubieran votado los insultos y agresiones no se habrían producido. ¡Cuánto daño está haciendo el Tete al apellido familiar! Estas afirmaciones no solo lo deslegitiman para cualquier cargo institucional que ambicione en un futuro no muy lejano por razones de finitud vital. También me demuestran al lobo republicano disfrazado de oveja. Si antes de tocar poder ya me desconcertaba su fanfarronería, después del matrimonio con los convergentes tuneados su sobradismo es de traca.

Tampoco puedo evitar sentir vergüencilla ajena del ciudadano Corbacho. Lo traté como alcalde socialista y ya me pareció astuto. El desconcertante fichaje de Valls ha pagado con la traición el favor que el azote de migrantes pobres francés le hizo hace unos meses rescatándolo del olvido. El chaquetero Corbacho no duda ahora en dejarse querer por el amante de la Malú después de haber votado por Colau y ahora dice aguantándose la risa que lo hace porque los naranjas tienen una organización más implantada que le puede ayudar a “desarrollar mejor” su trabajo de regidor. Dudo yo que tenga vocación de aburrirse cuatro años calentando la silla en el consistorio barcelonés. El sueldo por no hacer nada está muy bien, pero no sé porqué tengo el presentimiento que su reino es de otro mundo.

Y si seguimos con la vergüencilla que me provocan políticos que no me merezco, ¿qué decir del peor presidente de la Generalitat? El ratafienc Torra ha obligado a los suyos a renunciar a un acuerdo de gobierno con los socialistas en Santa Coloma de Farners para pactar con los republicanos protagonizando un pleno surrealista que ya quisieran los guionistas del Polònia. Si no hubiera sido por los regidores de ERC, que se fueron de la lengua por despecho, no nos habríamos enterado. Y esto me hace pensar en la de barbaridades que habrá hecho el monaguillo y que han quedado debidamente silenciadas. Vergüencilla me provocan sus tics de cacique y su contribución a empeorar el enloquecimiento de la galaxia independentista, que ya no sabe si el presidente es Torra o Puigdemont, si lo son los dos a la vez o no lo es ninguno de los dos.

¿Y qué decir de la amenaza del rey Arturo de volver a la política a partir del 2020? A mí me faltará un tornillo porque hacer de periodista es lo que tiene, pero él los ha perdido todos por planteárselo. Y también por decir que “se trata de saber si querré. Y si quiero, se trata de saber si es posible” y quedarse tan ancho. Que no tarde mucho porque Miquel Buch ya se ha postulado para liderar el frankenstein que salga de JxCat, PDECat y La Crida. Agradezco al responsable de Interior que me recuerde su CV porque reconozco que me cuesta identificar a los consejeros del gobierno catalán. Más allá de las payasadas de Torra, del decreto farsa sobre el alquiler y de la polémica futura Ley Aragonés, no me consta que hayan hecho nada memorable por la patria. Necesito vacaciones.

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