Unas élites deslegitimadas

Sense títol

La decisión del juez de encarcelar sin fianza a Miguel Blesa por supuestas actuaciones irregulares cuando dirigía Caja Madrid ha vuelto a dejar en evidencia a las élites políticas y financieras del Estado. El hundimiento de Blesa es un hecho de gran trascendencia que va mucho más allá del caso concreto de su gestión como banquero, independientemente del trayecto final del proceso judicial. Se trata de una persona de la absoluta confianza del expresidente José María Aznar, quién le colocó delante de una de las grandes instituciones de la banca española. El amiguismo fue la razón principal del triunfo de Blesa en el mundo de la banca.

Casos como el de Blesa, como también la retahíla de escándalos que proliferan en todo la vieja Iberia y que ahora mismo asedian al partido que reside en La Moncloa, constatan lo poco que ha cambiado el Estado español desde los años del felipismo, empapado de asuntos de todo tipo. Si antes la picaresca se llamaba Juan Guerra o Roldán, ahora son los negocios de Carlos Fabra los que han ocupado el espacio del choriceo peninsular. Cómo para añorar a Mariano Rubio. Casi veinte años después del fin del felipismo, da la sensación de que la piel de toro envuelve una colección de puchuerazos muy encubiertos.

Aznarismo, felipismo, son nombres de regímenes que han continuado con los vicios históricos de la españolada. Ni Rodríguez Zapatero ni Mariano Rajoy darán lugar a ningún «ismo», pero al fin y al cabo habrán sido gestores de las miserias heredadas de siempre. Por el camino, los gobernantes políticos y los directivos empresariales y bancarios han dejado por los suelos lo que todo poder constituido necesita para mantenerse: la auctoritas que legitima a los elegidos por la ciudadanía.

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