Un homenaje doble

Desde hace casi un año mi buena amiga Isabel Casamitjana me proporciona varios ejemplares de los años sesenta de la revista de humor La Codorniz, publicada durante casi cuarenta años (desde 1941 hasta 1978), revista que fue uno de los más divertidos contrapuntos a la oscuridad y aburrimiento que emanaban de la vida cultural del franquismo.

La mayoría de los ejemplares proporcionados por la señora Casamitjana son de los años sesenta, periodo durante el cual el ministro de Información y Turismo Fraga Iribarne promulgó la primera ley de prensa, que supuso una cierta apertura respecto a la rígida censura imperante durante los primeros años de la dictadura. Una pequeña luz en el túnel franquista.

El túnel del franquismo: a La Codorniz le fueron atribuidos algunos chistes que nunca publicó; así, se decía que en una portada de la revista aparecía la entrada de un túnel y las páginas que seguían estaban todas negras, hasta llegar a la última, donde se veía la salida del túnel. Otro chiste que la revista nunca publicó es el que, en una supuesta información meteorológica, decía: "Reina un fresco general procedente de Galicia que tiende a dominar toda la península". También tuvo mucho éxito este otro, que tampoco nunca fue objeto de publicación: "Almohadín es a almohadón, lo que cojín es a equis. A nosotros nos importa tres equis que nos cierren la edición".Chistes que hoy pueden parecer casi inocentes, pero que en aquellos años podían suponer una dura sanción económica para la revista y, en algún caso, la amenaza de una pena de prisión para su director.

La Codorniz fue fundada en 1941 por Miguel Mihura, uno de los más afortunados comediògrafos de la época (su obra "Tres sombreros de copa", que entronca con el teatro del absurdo, es posiblemente la mejor comedia española de todo el siglo pasado). No obstante, el que dirigió la revista durante un periodo de más de treinta años fue el escritor Álvaro de Laiglesia, autor también de un buen número de novelas de humor (Tachado por la censura, Dios le ampare, imbécil, Se busca rey en buen estado, etc.), algunas de las cuales no han perdido actualidad.

En sus inicios, La Codorniz publicaba unos chistes blancos, sin osar criticar ni siquiera al gobierno municipal. Así, en el número 1 del semanario se podía leer este chiste que parece de Mihura: Caramba, Don Jerónimo, está usted muy cambiado! –Es que no soy Don Jerónimo. –Pués más a mí favor". Aun así se trataba siempre de un humor inteligente, que traducía en viñetas lo absurdo de una existencia anodina y sujeta a un orden kafkiano.

Con el tiempo los chistes se hicieron más críticos (y no tan crípticos) con los poderes constituidos (al menos con algunos de estos poderes), que Chumy Chúmez, uno de los colaboradores más incisivos, a menudo identificaba con unos capitalistas de sombrero en la cabeza e impecables vestidos de color negro, como correspondía a un país que sonreía tan poco. Después, ya se sabe, vino el turismo y nos alegró un poco la vida.

Ya muerto el dictador, los chistes fueron progresivamente más directos, más incisivos. Un ejemplo: en plena crisis universitaria, dos viejecitos miopes se encuentran ante una manifestación estudiantil, y uno de ellos comenta: ¡Como ha cambiado la tuna!

Capítulo aparte merecen los colaboradores de La Codorniz; por sus páginas desfilaron, y muchos de ellos se quedaron, los más agudos humoristas del siglo pasado: por orden alfabético, Abelenda, Azcona (Rafael), Baronesa Alberta (Mercedes Ballesteros), Cebrián, Forges, Rafa, Gila, Chumy Chúmez, Tono, Mena, Mingote, Oscar Pin, El Perich, Ops, Serafín, Máximo, Pablo, Pitigrilli, Soria, entre otros. No en vano La Codorniz se subtituló "La revista más audaz para el lector más inteligente". Fue las dos cosas y, tal como se puede leer en su himno (obra de los humoristas Edgar Neville y Tono) La Codorniz salía todas las semanas para hacernos felices.

Sirvan estas líneas como homenaje a una revista que nos alegró la vida durante un buen puñado de años (y que, en algún caso, nos la continúa alegrando), y también como tributo de gratitud al matrimonio Casamitjana (él desgraciadamente difunto), que con tanto esmero ha tenido el buen gusto –y el buen humor- de conservar tantos ejemplares de La Codorniz.

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