TV3: ¿Televisión pública o de partido?

La grave crisis sanitaria provocada por la pandemia global del Covid-19, con sus devastadoras consecuencias humanas, económicas y sociales, ha hecho más evidente todavía la instrumentalización partidista y sectaria de TV3. Esta crisis, vista exclusivamente desde TV3, a través de muchas de sus informaciones y sobre todo a través de sus programas de opinión e incluso de entretenimiento, ha sido y es todavía una simple prolongación de la propaganda política del Gobierno de la Generalitat, y especialmente del todavía presidente Quim Torra y de su formación política, JxCat. Tan es así que ERC, y sobre todo sus consejeros de Salud, Alba Vergés, y de Trabajo, Asuntos Sociales y Familia, Chakir el Homrani, muy a menudo han sido objeto de críticas en un medio donde solamente de una manera excepcional se formulan críticas a las actuaciones del Gobierno de la Generalitat.

Todo ello nos plantea un debate pendiente en la vida política y social de nuestro país desde hace ya muchos, demasiado años: ¿qué es y que tiene que ser TV3? Y cuando hablo de TV3 me refiero al conjunto de los canales de radio y televisión de la Corporación Catalana de Medios de Comunicación (CCMA), sucesora de la antigua Corporación Catalana de Radio y Televisión (CCRTV, de la cual fui miembro del consejo de administración desde junio de 1983 y hasta diciembre de 1996. Nacidos con un pecado original -todo su proyecto de creación y también toda la contratación del personal que lo puso en marcha fue hecho siguiendo las órdenes directas del entonces todopoderoso secretario general de Presidencia de la Generalitat, Lluís Prenafeta-, estos medios han sido la única 'estructura de Estado' creada por los sucesivos gobiernos catalanes desde el restablecimiento pleno, en 1980, de la democracia y la autonomía.

Jordi Pujol quedó sorprendido y algo perplejo cuando, al acabar de grabar una de mis 'Converses' en Catalunya Ràdio, muchos años antes de que me echaran, me preguntó cuál seria, según mi parecer, su legado como presidente de la Generalitat, y yo le dije que TV3. "Y que más?", me dijo, y yo insistí: "TV3. ¡Bueno! TV3 y Catalunya Ràdio. Todo lo demás, la política de normalización e inmersión lingüística, los colegios, los hospitales, las universidades, las autopistas y las carreteras, los Mossos d'Esquadra, con mayor o menor intensidad, lo habría hecho también cualquier otro presidente de la Generalitat. La concepción de TV3 como emisora pública nacional de Catalunya, no". Quedamos que me llamaría para hablar con más tiempo, pero todavía espero su llamada.

La concepción de TV3 como verdadera 'estructura de Estado' es única no ya sólo en el contexto de las cadenas de televisión autonómicas españolas. Ni siquiera la vasca ETB se le asemeja, entre otros motivos porque uno de sus canales de televisión emite en castellano, por obvias razones sociolingüísticas. Tampoco hay ninguna emisora de televisión similar en ningún estado federal o región autónoma, en ningún país de Europa. Quizás la única cadena comparable es Radio Quebec, que es una emisora pública de radio y televisión dependiente del Gobierno de Quebec, aunque en su caso tiene una competencia directa y potente en Radio Canadá, que emite su programación en todo el país tanto en inglés como en francés.

El proceso de instrumentalización partidista y sectaria de TV3 empezó ya desde antes del inicio de sus emisiones, con el nombramiento como director de Alfons Quintà, un psicópata de manual -se suicidó después de asesinar a su pareja- a quién nadie ha entendido nunca porque Pujol y Prenafeta le hicieron el encargo. Desde entonces hasta ahora, este proceso de instrumentalización política ha sido una constante. Con un éxito popular indiscutible -TV3 lidera las audiencias catalanas desde hace años-, con un público muy fiel, adicto y entusiasta, a menudo consumidor únicamente de TV3.

Mucho más televisión de partido, o de unos determinados partidos, que televisión pública de verdad, TV3 ha sido y es uno de los elementos fundamentales, sin duda el más potente, en el aparato de agitación y propaganda del independentismo, una simple correa de transmisión -y a menudo también de financiación irregular- del relato secesionista. Me temo mucho que continuará siéndolo, cuando menos mientras todo su control dependa exclusivamente de los partidos que conforman el Gobierno de la Generalitat, con la exclusión de todos los demás.

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