Quim Torra: inútil y cobarde

La historia de Cataluña es milenaria y los catalanes hemos conocido muchísimas glorias y derrotas en el decurso de los siglos pasados. El último drama vivido fue la Guerra Civil española (1936-39), seguida de la larga y tenebrosa dictadura franquista, que se prolongó hasta las primeras elecciones democráticas, en 1977.

Una de las consecuencias de la recuperación de la democracia en España fue el retorno del presidente Josep Tarradellas y el restablecimiento de la Generalitat, como institución de autogobierno de Cataluña. Otra efeméride capital fue la entrada de España como miembro de la Unión Europea (1986).

De este modo, la vieja Cataluña quedó instituida en el mapa comunitario europeo como una región: eso sí, dotada de competencias reforzadas, en comparación con otros reinos medievales (Bretaña, Borgoña, Véneto, etc…). La celebración de los Juegos Olímpicos del 1992 en Barcelona es el paradigma de esta nueva Cataluña, afianzada por la Constitución española, el Estatuto de Autonomía y los Tratados europeos.

Este trípode legislativo e institucional dio un largo periodo de 30 años de progreso económico, social y cultural a Cataluña, a pesar de la corrupción del régimen pujolista (1980-2003) y la inestabilidad de los tripartitos (2003-10). La gran crisis financiera del 2007 comportó la dramática desaparición de las cajas de Catalunya, Penedès, Girona, Tarragona, Sabadell, Terrassa, Manresa, Laietana y Manlleu y una desestructuración objetiva de la economía catalana, de la cual no nos hemos recuperado hasta hoy.

En los últimos 10 años, Cataluña ha caído en un pozo profundo y oscuro, a causa de la inoculación masiva desde el poder de la Generalitat del delirio independentista. Los tres presidentes que hemos tenido en este periodo –Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra– han sido un absoluto desastre. Artur Mas, por su pacto con el PP, por los salvajes recortes presupuestarios en políticas sociales y por abrir la caja de Pandora del “proceso”. Carles Puigdemont, por el tramposo referéndum del 1-O, la DUI y por su fuga a Bruselas, forzando que el Gobierno de Mariano Rajoy interviniera la Generalitat con la aplicación del humillante artículo 155. Quim Torra, por su absoluta incompetencia y falta de liderazgo.

El “proceso” ha provocado que las grandes empresas de Cataluña hayan optado para trasladar su sede social, asustadas por las imprevisibles consecuencias de la delirante y absurda aventura secesionista. Una de las grandes industrias del país, Nissan, ha decidido cerrar sus plantas de producción. Y, como guindilla, la pandemia de la Covid-19 tiene unos efectos demoledores sobre el principal motor económico de Cataluña, el turismo y el comercio.

La gestión de la crisis sanitaria que ha hecho la Generalitat ha sido deplorable. Más de 12.000 muertos y una falta absoluta de organización y de capacidad para hacer frente a los rebrotes de este verano han arruinado el sacrificio colectivo del confinamiento. Quim Torra, como presidente de la Generalitat, es el máximo responsable de esta ineficacia imperdonable, que profundiza la gravedad de la depresión económica en la cual estamos inmersos, como demuestran el incremento desbocado del paro y de la desigualdad social.

Quim Torra es un inútil y un cobarde. Como político independentista, no ha conseguido que su proyecto político avance ni un milímetro en los últimos dos años. Al contrario, durante su mandato la “guerra” intestina entre los herederos del pujolismo y ERC ha sido más virulenta y descarnada que nunca, debilitando y desorientando al movimiento. Los líderes del 1-O purgan sus condenas en prisiones de la Generalitat, de las cuales Quim Torra tiene las llaves, y los Mossos d'Esquadra reprimen sin contemplaciones a los independentistas que alteran el orden público.

El presidente de la Generalitat es un “bocas” que se hace el gran patriota pero que, a la hora de la verdad, se encoge como un gusano ante los poderes del Estado. Él no se quiere jugar el espléndido sueldo que cobra –¡más de 140.000 euros al año!– para ser coherente y consecuente con sus ideas. Ha hecho un ridículo y patético acto de desobediencia con la colocación de una pancarta en la fachada de la Generalitat, contraviniendo la Ley Electoral, y con esto ya cree que es un héroe de la historia de Cataluña, a la altura de Francesc Macià o Lluís Companys.

Quim Torra es un hipócrita que solo piensa en el bienestar personal de su pequeña familia y en la gran pensión vitalicia que le quedará como ex presidente de la Generalitat una vez abandone del cargo que ocupa. Él sabe que la independencia es imposible, pero gesticula como un mal actor sin poner en peligro, en ningún momento, ni un pelo de su testuz.

La legislatura está absolutamente agotada y quemada. El actual Gobierno de la Generalitat, dividido y enfrentado, no tiene ningún tipo de sentido ni de viabilidad. Quim Torra ha incumplido su promesa de convocar las elecciones después de la aprobación de los presupuestos. Pero no lo ha hecho, demostrando que su palabra no tiene ningún valor (ya lo sabíamos).

La excusa que da para mantener esta insoportable y trágica agonía es la lucha contra la pandemia. Pero es mentira (una más). Euskadi y Galicia han celebrado elecciones, respetando todas las medidas de precaución sanitaria. La única razón de Quim Torra para continuar en el cargo es permitir que su mentor y tutor, Carles Puigdemont, tenga tiempo para organizar su nuevo partido político, Junts x Catalunya (o como finalmente se llame), antes de convocar las elecciones.

Es decir, Quim Torra sacrifica la necesidad imperiosa que tenemos todos los catalanes de contar con un nuevo Gobierno de la Generalitat, solvente y eficaz, a los intereses puramente partidistas y tácticos del narcisista paranoico de Waterloo. Cataluña está hecha trizas y arruinada, pero Quim Torra, como un nuevo Nerón –sonado e impasible-, se dedica a contemplar el incendio que devasta el país.

Ya sé que estas palabras no servirán de nada. Yo soy un catalán de pura cepa, desde hace generaciones y generaciones. Amo Cataluña, tengo sentido de la historia y quiero lo mejor para toda la gente que vive. Me sabe muy mal que, en estos tiempos de desolación, la Generalitat haya caído en manos de un personaje incapaz y nefasto como Quim Torra, que solo mira por sus intereses personales y que solo espera el momento de largarse para poder retirarse con los bolsillos llenos.

Un político tiene que tener los pies en el suelo y tener coraje para emprender las medidas que hagan falta para mejorar las condiciones de vida del conjunto de la sociedad. Quim Torra no tiene los pies en el suelo y no tiene testículos para liderar Cataluña. Si le queda una brizna de decencia y de inteligencia, tiene que convocar elecciones ya. Su voluntaria provisionalidad –que se arrastra durante meses y meses- es un cáncer que Cataluña no se puede permitir ni un segundo más.

Si Quim Torra es tan independentista como presume, que levante la supuesta DUI del 27-S del 2017. ¡Venga! Si Quim Torra quiere cargarse la Constitución española, el Estatuto de Autonomía y los Tratados europeos, le animo a que lo haga. ¡Va! Si tanto sufre por los presos independentistas, que vaya a buscarlos, se los lleve al Palau de la Generalitat y ordene a los Mossos d'Esquadra que blinden el edificio “sine die”, con uso de las armas de fuego, si es necesario.

Como que no lo hará –porque es un cobarde y un bocazas- le exijo que deje de infligir más daño a Cataluña. Los catalanes sabemos gobernarnos y, a lo largo de la historia, hemos demostrado que podemos salir de situaciones muy adversas y retomar el camino de la prosperidad y la grandeza. Pero, para eso, nos hace falta desembarazarnos democráticamente de personajes contraproducentes que, como Quim Torra o Carles Puigdemont, tienen por divisa “cuanto peor, mejor”.

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