Prevenir el colapso, marcar el ‘frame’

El responsable de Crecimiento, Acuerdos y Desarrollo de Negocio de Telegram, el catalán Elies Campo, explica siempre que "varios países de todo el mundo se están fijando en cómo lo está haciendo Catalunya con las aplicaciones sobre la Covid-19". Campo es un catalán high tech, que se mueve sin problemas por los círculos más innovadores de los Estados Unidos y conoce de primera mano el modelo de negocio de plataformas de mensajería como Telegram o su principal competidora, WhatsApp. De hecho, comparte encuentros con otros desarrolladores tecnológicos y es consciente de que el modelo catalán de recogida de datos sobre la COVID-19 –posiblemente de los más precisos que hay Europa, donde la amalgama de modelos no ayuda a hacer buenas las comparaciones– es referente. En una conversación informal con Elies, gracias a los amigos de Intermedia, él explicaba que el problema ya no está en el hecho de ser referentes, sino en que la rapidez con que se tienen que gestionar los acontecimientos y la exigenciaa  que nos obliga la lucha contra esta pandemia no nos ayuda a traducir al inglés todo lo que hacemos. Y, por tanto, el conocimiento no traspasa todas las fronteras que quisiéramos.

De la conversación con Elies no sólo me quedo con la radiografía exitosa de un modelo de recogida de datos que funciona. Ni con el hecho de que, desgraciadamente, todavía no tenemos suficiente cultura para democratizar el conocimiento; hablar con él también nos ayudó a poder entender que Catalunya –y por extensión el estado español– disfruta de un sistema de salud envidiable a ojos de los que viven en Estados Unidos. Ciertamente, al otro lado del Atlántico, un modelo de gestión sanitaria eminentemente privatizado genera temores a mucha gente, incluso a profesionales como Elies que disfruta de una auctoritas evidente entre sus compañeros de profesión.

Esta crisis pone el país y a nuestro modelo sanitario ante el espejo. El sistema no ha colapsado, ciertamente, pero ha estado a punto de hacerlo. Para poder atender a la Covid-19 se han desmantelado protocolos que permitían atacar rápidamente otras patologías, como recordaba el catedrático de la UdG Ramon Brugada en Twitter, y también me lo confirmaban profesionales muy conectados con los servicios de cardiología de Can Ruti. Durante la pandemia, ha habido más gente que ha muerto de infarto, por ejemplo. Que el sistema no haya colapsado no quiere decir que aquellos profesionales que advirtieron que, sin medidas drásticas, podíamos ir al fracaso tengan que quedar deslegitimados o se aproveche su inicial preocupación para menospreciar el trabajo que hace el actual gobierno de la Generalitat.

Los recortes que sufrió el sistema de salud público de Catalunya no han ayudado nada a que los expertos hicieran previsiones optimistas sobre cómo respondería ante un choque tan bestia. Las urnas ya castigaron los recortes y, por tanto, ahora no es momento de poner el dedo en la llaga. Pero sí que queda demostrado que un estado se llama 'del bienestar' siempre que pueda garantizar un sistema de salud y un sistema educativo de calidad. Aquellos que advirtieron de un posible colapso del sistema sanitario, con acierto, hicieron otra cosa: ayudaron a marcar un frame que en futuras elecciones nadie osará romper, el de la necesidad de inversión en nuestro sistema de salud.

Esta será una de las grandes lecciones políticas que, posiblemente, nos deje la Covid-19: los tijeretazos en salud, igual que las subidas de impuestos, se convertirán en temas tabúes para las futuras campañas electorales. Y no quiero decir que, en el despliegue de un plan de gobierno, liberales o conservadores quieran 'racionalizar el sistema' o 'priorizar los gastos'. Me refiero a la presión que las audiencias, los votantes o la ciudadanía –como quieran llamarlo– harán para que ninguno de nuestros líderes use las cuestiones que afectan a nuestro sistema de salud como materia inflamable dentro del agrio debate político o electoral.

Donald Trump, en Estados Unidos, ha retirado la aportación que su gobierno hacía a la Organización Mundial de la Salud (OMS): alrededor de 115,8 millones de dólares, que no incluyen las aportaciones voluntarias extras y que contribuyen a hacer que el país aporte tres cuartas partes del presupuesto de la organización. Lo anunció orgulloso, sin preocuparse por su popularidad y pensando que volvía a marcar la agenda internacional ante China, el segundo contribuyente. ¿Se imaginan entrar en este debate en España o en Italia en un futuro próximo?

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