Picasso íntimo. En memoria de Diana Garrigosa

Em la mesa del comedor de la Fonda Tampanada de Gósol, además de Lola Fontdevila, la mestressa, estamos Diana Garrigosa, su marido Pasqual Maragall, alcalde de Barcelona, y yo mismo, en una animada conversación mientras hojeamos el libro de Palau y Fabre Picasso viviente 1881-1907. Niñez y primera juventud de un demiurgo. "El Teniente hacía trampa…", espetó de repente Lola comentando la caricatura que Picasso hizo de su compañero de tardes de fiesta en el bar de la fonda. El apunte interpreta de forma genial al personaje: mediana edad, barba de dos días, pícaro, mirada de través, risa por debajo la nariz…

En Cal Tampanada se conserva intocada hasta hoy la cámara del segundo piso que da a la plaza, donde residieron aquel frenético verano de 1906 el joven pintor y su compañera parisiense Fernande Olivier. Lola Fontdevila, de nuestra familia, y que murió casi centenaria, recordaba perfectamente a la exótica pareja: era entonces una niña de seis años que ya se daba cuenta de todo.

La casa solariega gosolana de nuestra familia está íntimamente ligada a Cal Tampanada porque el 18 de mayo del 1878 Margarita Fontdevila Solé, la hija de la fonda, se casó con el heredero de Cal Benet, Isidre Solé Cusí. Tuvieron 7 hijos, el más grande de los cuales fue mi abuelo Josep Solé Fontdevila. En verano de 1906 la troupe de chicos y chicas de Cal Benet frecuentaba la casa de su madre. Por esta razón, con toda probabilidad, hicieron de modelos para las pinturas de Picasso protagonizadas por chicos. Aquel verano, Enric, Isidre y Ot de Cal Benet tenían 18, 13 y 11 años, respectivamente.

¿Qué impresión debía de tener Picasso de Gósol y los gosolanos hace 114 años? Evidentemente, un contraste muy fuerte con Barcelona y, no hay que decir, con París. De las avenidas, los cafés y el lujo desatado del París refulgente de la Belle Époque, la ciudad talismán de las más innovadoras corrientes artísticas y culturales del mundo, al Gósol primitivo de casas elementales, de economía agraria de subsistencia, de gente sencilla con un innato sentido de la hospitalidad, que formaba parte de una sociedad patriarcal; pero también al Gósol cercado por un espectacular paisaje de diáfana luz, de cielos azulísimos, de aguas cristalinas, del acantilado de Roca Roja encendido por el sol ponente; un pueblo de alta montaña al pie del Cadí mayestático y del altivo Pedraforca que ofreció a Pablo y Fernande una avalancha de sensaciones estampadas con el más genuino sello de la autenticidad, sin volutas ni cortinajes: el olor del trigo acabado de segar, los sabores de la cocina tradicional sin aditivos, los rostros trabajados por el sol y la serena, las mujeres que llevaban capucha como en la edad media, las tormentas estivales con rayos y truenos de ópera de Wagner, el Ball de les Cosses

Un contraste que fascinó a aquel joven dotado de ilimitadas potencialidades, una esponja que lo asimilaba todo a pesar de que quemaba etapas para convertirse en el artista más importante del siglo XX. Gósol fecundó a Picasso, que se entregó a una frenética producción de más de cien obras en pocas semanas. Vieron la luz los retratos de su compañera (Fernande con el pañuelo en la cabeza, Fernande desnuda, Fernande sobre un mulo); también Desnudo con las manos entrelazadas, Gran desnudo de pie, Mujer lavándose, El vendedor de flores y La mujer de los panes. De entre las numerosas pinturas de aquel verano en Gòsol han logrado singular trascendencia artística la bellísima Cabeza de chica joven, ligado directamente a la resolución final del Retrato de Gertrude Stein, que había dejado inacabado en París; y Tres desnudos y El harén, precursoras del definitivo Las señoritas de la calle Avinyó, la revolucionaria composición que inauguraría el cubismo y, con él, el arte contemporáneo.

En el año 2006, durante la conmemoración del centenario de aquel verano prodigioso, sentados por pura casualidad a la misma mesa del comedor de Cal Tampanada, tuve la inmensa fortuna de mantener una conversación rebosante de anécdotas y chistes con dos damas singulares, que aparentemente no tienen nada en común: Pepa de Cal Clot, el auténtico palo maestro de la fonda a lo largo de 60 años, la que lo hacía todo y lo sabía todo, y Maia Picasso, la heredera por antonomasia de la gracia, la vitalidad y el físico del gran pintor y,
por encima de todo, de sus ojos, de aquellos prodigiosos ojos…

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