Dice Juan José Solozábal, con más razón que un santo, que la política española tiene una visión presentista y existencial nefasta (El País 25 de septiembre de 2019). Para muestra un botón. Los Comunes Federalistas, en su loable intento de poner algún punto sobre las íes del guisote ideológico de Catalunya en Comú, sostienen en su documento guía que “el pacto que dio lugar a la Constitución Española de 1978 lo fue entre partidos políticos, pero también entre territorios que habían manifestado durante la República su firme voluntad de autogobierno, como Cataluña, el País Vasco y Galicia”.
El pacto de la Constitución del 78 lo fue solo única y exclusivamente entre partidos, entre los cuales se encontraba Minoría Catalana (CDC, UDC, PSC-R, EDC y ERC), representada por Miquel Roca y Junyent. Obviamente, los “territorios” no constituían, al igual que los “pueblos”, una figura susceptible de estar allí representada, por la sencilla razón de que no existen como entes diferenciados, propios e identificables. Rizando el rizo, se podría decir que partidos de ámbito catalán participaron en la redacción de la Constitución, y punto. Cosa que no ocurrió, por cierto, con ningún partido, digamos, de tinte nacionalista, vasco o gallego. En cualquier caso, fueron partidos y solo partidos (UCD, PSOE, PCE y Minoría Catalana) quienes concibieron la Constitución.
La “firme voluntad (o no tanto) de autogobierno de Cataluña, el País Vasco y Galicia durante la República” no fue de ningún modo homogénea. En Cataluña, la autonomía, imbricada en parte con el movimiento republicano español, no fue cosa de un solo pueblo sino, naturalmente, de nacionalismos de diversa naturaleza. En Euskadi, el Estatuto fue algo del PNV, que estuvo a punto de apoyar a Franco y optó in extremis por la República, con la promesa de ser aprobado, algo que ocurrió iniciada ya la guerra. En Galicia, donde no existían partidos nacionalistas propiamente dichos, ni siquiera se llegó a eso.
Tampoco resulta muy riguroso afirmar, como dice el texto, que “la lucha por las libertades y la democracia en el Estado español siempre ha estado ligada al reconocimiento de la pluralidad y la diversidad de España”. Sin entrar en lo espurio de “Estado español” (bodrio propio del lenguaje nacionalista al uso) no se sostiene esta asociación, a no ser que la pluralidad y la diversidad, que viene a ser lo mismo, se interprete de modo difuso o metafórico.
En España existe una tradición de luchas sociales y políticas que nada o muy poco han tenido que ver con los nacionalismos y sus predecesores. Es más, en muchos casos, como el del carlismo, los progresistas luchaban justamente contra quienes interpretaban la diversidad como un apego a los privilegios del pasado, entre los cuales ocupaba un lugar relevante la Iglesia católica.
“En Cataluña, el eslogan ‘Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía’ lo expresa con claridad. Sin Estatuto y autogobierno no había democracia”, concluye el escrito de los Comunes Federalistas. El eslogan, que también rima, es eso: un eslogan que, por cierto, fue igualmente utilizado en el País Vasco. Y si aquello fue tan celebrado no lo fue tanto porque “sin Estatuto y autogobierno no habría democracia” sino, sobre todo, porque, además de sonar bien, respondía a un cierto consenso reivindicativo de las fuerzas democráticas ante el régimen franquista, que agonizaba.
Más allá de la letra, alejando la lente, lo que en definitiva se desprende del texto tiene algo que ver con la “visión presentista y existencial nefasta”, en este caso con el agravante de la empanada que la izquierda arrastra en torno a la cuestión nacional. El hilo argumental de lo que pretende instituirse en alternativa al oficialismo en el partido de Ada Colau empieza por bailarle el agua al nacionalismo catalán, de manera más bien vergonzante o, quién sabe, por contagio. Quizás, como también plantea Solozábal, el texto no ambiciona más que “ofrecer cápsulas de consumo interno, que servirán de munición en debates y confrontaciones”. Con lo cual todo queda plenamente justificado.
