Orbans más altos han caído

Hay momentos en qué es comprensible la desesperación y la frustración de la gente tal como va el mundo, el más cercano y el mes alejado. Lógicamente, los hechos que tienen lugar en nuestro entorno inmediato nos afectan más pero la solidaridad hace que compartamos el sufrimiento de personas y sociedades que sólo conocemos a través de los medios de comunicación y las redes sociales. La enseñanza que nos proporciona la historia es ambivalente. Por un lado hemos visto como episodios de frustración han dado lugar a guerras terribles, pero, por otro, están en el origen de cambios y progresos sociales positivos.

En nuestro día a día vivimos esta realidad. Frustraciones sociales que llevan a enfrentamientos violentos y revueltas o votaciones populares que cambian situaciones que parecían intocables. La sentencia del Tribunal Supremo y la violencia que hemos vivido en Catalunya en los últimos días incitan al desaliento. La muerte de más de un millar de personas que se han ahogado en el Mediterráneo cuando intentaban llegar a Europa este año provoca la indignación de todos aquellos que tienen un mínimo de sensibilidad humana. El ascenso de las fuerzas de extrema-derecha en Europa, Estados Unidos o América Latina puede generar sensación de impotencia.

Aun así, es bueno mirar la parte llena del vaso sin dejar de tener en cuenta la que está vacía. Malo es que ante la frustración optemos por tirar la toalla. No lo hacen los jóvenes –y los adultos- que han levantado la bandera de la lucha contra la emergencia climática. Guerra esta en la que nos jugamos el futuro de los ciudadanos de todo el planeta. Y guerra difícil porque buena parte de los políticos y responsables empresariales del cambio climático miran hacia otro lado esperando que pase el fervor de los manifestantes o que a ellos no les afecten los efectos del calentamiento de la Tierra.

En la parte llena del vaso encontramos la victoria de los ecuatorianos que se han opuesto al paquetazo que les quería imponer su presidente, Lenín Moreno, con el apoyo del Fondo Monetario Internacional, retirando la subvención a los combustibles y encareciendo, por tanto, el coste de la vida a los más vulnerables de este país. O la derrota del partido del ultraderechista Víktor Orban en las elecciones municipales en grandes ciudades húngaras, como la capital Budapest. Nada es eterno. Que Orbán pierda Budapest confirma la tesis de que 'todo está para hacer y todo es posible'. Lo decía Miquel Martí Pol. Otros poetas, como Joan Margarit consideran que es un mal verso porque, a su entender, se han hecho ya muchas cosas y las hay que no son posibles.

Dejémoslo, pues, en que hay muchas cosas que parecían imposibles que al final se han hecho realidad. Se vive de ilusiones, pero también de certezas.

Orbans más altos han caído. Y más que caerán

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