Ni venganza ni impunidad

Así como alrededor de la realidad enrevesada y oscura del Vaticano ha aparecido la figura de los vaticanólogos, no resulta arriesgado decir que el proceso ha creado sus expertos, sus procesólogos. Algunos de estos eruditos mantienen que todo empezó con la sentencia del Tribunal del Constitucional sobre el Estatuto de Catalunya del 2006.

Yo no estoy del todo de acuerdo. Previamente pasaron muchas cosas como el fenómeno del pujolismo, la mitología en torno a los hechos de 1714, las provocaciones de la derecha española dificultando el acuerdo, la recogida de firmas contra el Estatuto, el Pacto del Tinell, el cultivo del victimismo en Catalunya, un funcionamiento insatisfactorio del sistema de financiación territorial… Pero sí, seguramente la sentencia sobre el Estatuto, y más tarde la crisis económica, contribuyeron también a hacer estallar todos los hechos que conocemos como proceso.

Y es que pronto tendremos otro momento histórico. La sentencia del Tribunal Supremo sobre el proceso y por lo tanto sobre el futuro de los 12 procesados de rebote es posible que también determine el futuro de Catalunya, las relaciones con el resto de España o la estabilidad misma de España.

Porque si por algunos processòlegs todo va empezar con la sentencia del Estatuto, que empezará con la sentencia del proceso… o que acabará?. habrá vida desprendido de esta sentencia?.

Lo que parece más posible es lo que han anunciado otros comentaristas. La sentencia no satisfará a ninguno de los sectores más radicalizados del conflicto y creará más debate inútil y crispación añadida. Se puede prever que todo el mundo tendrá su opinión y argumentará lo qué haga falta para defender su postura. Así ocurrió con la sentencia del Estatuto de Catalunya publicada el 16 de julio de 2010 en el Boletín Oficial del Estado formada por 491 páginas. ¿Cuántos de los que opinan sobre el agravio que dicen ocasionó esta sentencia se la han leído y la han entendido? ¿O quizás no hace falta hilar tan fino?.

Pues creo que algo pareciendo pasará con la próxima sentencia sobre el lproceso. Todos opinaremos pero muy pocos leerán una sentencia que necesariamente será larga, compleja y técnicamente enrevesada con pronunciamientos motivados para cada uno de los procesados. Por lo tanto, triunfarán los eslóganes sencillos y contundentes, las consignas disparadas desde las respectivas trincheras.

Si no decae el delito de rebelión, la sentencia puede ser dura, y enfurecerá a los fieles de la iglesia del proceso. Si la sentencia resultara blanda, levantará las iras de las posiciones más intransigentes de la derecha española, los otros parroquianos. Y si en un improbabilísimo caso fuera absolutoria sería el pasaporte definitivo al lo volveremos a hacer aquí y donde sea cuando sea.

El aforismo latino dice Dura lex, sed lex, la ley es dura pero es la ley. La dureza a la cual se refiere, no es una dureza vengativa. Significa que la ley es igual para todo el mundo y que respetarla nos beneficia porque la ley, en una sociedad democrática, es el resultado del pacto de convivencia. Pero pese a esta dureza de la ley, cuando se aplica en una sentencia a partir de los hechos probados, hace falta que sea interpretada con criterios de proporcionalidad y de equidad, lo que se conoce como justicia justa.

En definitiva, ¿qué querría que pasara en relación a la esperada sentencia?. Pues deseo una sentencia justa, equitativa, sin ninguna adherencia vengativa, que sea congruente con los hechos probados y con las conductas penales previstas, pero no deseo impunidad. Porque no entenderé que haya impunidad por unos hechos irresponsables hechos por unos electos y líderes sociales, mayores de edad y, por lo tanto, responsables de sus actos. Cómo dice el escritor Jordi Amat, una confabulación de irresponsables, porque cuesta creer que no fueran conscientes de los resultados de sus actos. Unas conductas que violentaron las reglas de juego convenidas, han despreciado los derechos de los adversarios y han ocasionado serios daños en el cuerpo social y también en el ámbito de las relaciones personales.

Vivimos en una sociedad compleja y en estos momentos estresada. Deseo, pues, que, en cualquier caso, se recupere la confianza con el vecino, la paz social y la voluntad compartida de construir juntos un mundo más justo y solidario. Lo tenemos que conseguir.

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