Napoleón

El otro día se me apareció el fantasma de Napoleón suspendido entre la cortina y el mueble del comedor. Le precedió La Marsellesa como banda sonora, pero lo que más me sorprendió fue que lo hiciera en forma de gallo. Después recordé que mi abuelo tenía un gallo que se llamaba así. La mala bestia ya no era lo que había sido cuando yo lo conocí: un buen macho, espabilado a la hora de perseguir a las gallinas y controlar el harén. A pesar de que había perdido muchas plumas en peleas, mi abuelo le tenía aprecio y lo cuidó hasta que un día lo encontramos difunto. Nuestro Napoleón era muy gallito y como sabía que con las gallinas ya no tenía nada que hacer se dedicaba a asustar a las criaturas.

Volviendo a la aparición, esperé por precaución que hiciera alguna cosa. De hecho, no es la primera vez que tropiezo con fantasmas, pero nunca habían pasado de la puerta de la calle. Me clavó sus penetrantes ojos oscuros y me dijo: “Beaucoup de bruit pour rien. En casa siempre hemos sido afrancesados, por eso estudié ocho años la lengua de Molière, así que pude entender que el gallo de mi abuelo me venía a visitar para decirme que no me preocupase. ¿Por qué el fantasma no me hablaba en catalán? Al fin y al cabo era la lengua con la que le insultaba cuando me quería picar en las piernas. Dando vueltas a la frase hecha entendí rápido el sentido: el gallo se refería a Manuel Valls.

No podemos parecer más provincianos de lo que ya somos. Aterriza un paracaidista con un currículum de fracasos políticos espectaculares y cambios de chaqueta delirantes y nos ponemos todos de los nervios. Como si nos tuviera que salvar de nosotros mismos. Gracias al gallo de mi abuelo, tengo claro que Batman-Valls no tiene nada que hacer en Barcelona, por mucho que el pediatra Guti un día recomendase a su madre que le diera de mamar para darle fuerzas. Y no porque no tenga ni idea de la ciudad –reunirse en cenas secretas con la upper Diagonal es una buena forma de hacer un curso intensivo- sino porque ha comenzado su carrera política sin imaginación y diciendo obviedades. La primera, que quiere ser alcalde. La segunda, que la plataforma se llamará Barcelona, ciudad europea.

En algún artículo he recordado el pasado del diputado de la Asamblea Nacional francesa que más ausencias acumula en este mandato. En su época de ministro, Valls ya demostró que su socialismo era de postureo porque enviar a la policía a la escuela a detener niños sin papeles no es ni republicano ni progresista. Esto podrá agradar a algunos barceloneses, pero la mayoría no compramos su discurso xenófobo. En su puesta de largo, el ciudadano Valls, hijo de inmigrantes, dejó claro que si alguien puede acabar con la inseguridad –y con los pobres, porque tienen la culpa de todo- es él. Y supongo que es por eso por lo que los jesuitas lo han fichado para explicar en Esade cómo gestionar la inmigración. Solo hay que mirar el éxito con el que Francia ha resuelto este tema.

Gracias a la operación Batman-Valls he puesto al día mi oxidado francés. La prensa gala ha hecho mofa del ex ministro y lo ha puesto a la altura del betún por haber osado cambiar la sofisticación parisiense por el provincianismo barcelonés, aunque sea de la mano de una heredera catalana. Yo he preguntado a mis amigos franceses y no he encontrado a nadie que me lo defendiera. Todos me han dado el pésame porque lo tendremos que soportar en silencio como pasa con las almorranas, como mínimo hasta la noche electoral. Pero a pesar del desasosiego, yo también pienso igual que Tete Maragall y la hAda Colau: Valls es el candidato de los ricos y de las élites económicas, y no tiene nada que hacer.

El único candidato de los ricos que ha llegado a ser alcalde de Barcelona ha sido Xavier Trias y si ganó las elecciones no fue por méritos propios, sino porque Jordi Hereu no pudo hacerlo peor. Por eso Trias solo duró un mandato. También se ha especulado que los Comunes podrían perder voto en sus feudos en favor del populismo chabacano de Ciudadanos, pero con Valls creo que no han de temer nada porque dudo mucho que se atreva a pisar los barrios obreros. Me consta que en Ciudad Meridiana le esperan con una fiesta sorpresa. Es gratificante ver cómo a Albert Rivera le ha pasado como al doctor Frankenstein: el monstruo que ha creado se ha vuelto contra él. Mucho ruido y pocas nueces como me dijo el gallo Napoleón.

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