Los viajes de Torra

En un buen ejercicio de práctica periodística, los compañeros de la SER Catalunya destaparon que el presidente Quim Torra se había gastado más de 120.000 euros en viajes oficiales durante sus primeros seis meses de mandato, principalmente a Bélgica. La relación fluida entre el presidente legítimo Carles Puigdemont y Torra –a quien la oposición, burlona, nunca ha dejado de acusar de ser su vicario– siempre ha sido fluida, podríamos decir de amistad. El gasto en viajes del último así lo constata, a pesar de que, como apuntaba Josep Cuní en su editorial con fina ironía, bien podríamos pensar que la república digital –¡que también lo tiene que ser!– podría incentivar más el uso de skype u otras aplicaciones para contactar virtualmente con el extranjero, como hacen nuestras empresas o nuestros estudiantes Erasmus.

Dicho esto, la oposición enseguida se abalanzó contra el actual Presidente, algunos echando mano del populismo barato –como Lorena Roldán (Ciudadanos)–, otros como el líder socialista, Miquel Iceta, siendo algo más pragmáticos y asumiendo que habrá 120.000 euros menos para hacer políticas sociales; estos, y los 30 millones de euros que se podrían recaudar, en dos años, subiendo el IRPF a las grandes fortunas de Catalunya, que ahora mismo el vicepresidente Pere Aragonés (ERC) no piensa ceder pese a la petición de los Comunes. Pero, también es cierto que las dos partidas pueden ser anecdóticas en unas cuentas autonómicas que prevén casi 30.000 millones de euros de gasto consolidado del sector público. Cómo siempre pasa, anécdota hecha categoría.

Por lo tanto, que el Presidente se haya gastado 120.000 euros en viajes oficiales se tiene que analizar de manera más global, en el marco de la acción política del actual Gobierno. La coalición rueda lentamente desde el principio, atrapada entre los intereses cruzados de los partidos y organizaciones políticas que lo integran. Por un lado, es un Ejecutivo dependiente de uno de los Parlamentos que menos iniciativa legislativa ha tenido, a falta de comprobar si pisa el acelerador (o le dejan) con la recuperación de las leyes sociales suspendidas por el Tribunal Constitucional. Por otro lado, la pugna por la hegemonía post-proceso entre republicanos y las diversas facciones de los pedecatores ha quedado patente con la falta de unidad estratégica que ha mostrado el independentismo, así como con el debilitamiento del ejecutivo autonómico ante la futura lucha por conseguir el control de la capital condal. En este escenario, Quim Torra siempre se ha sentido más cómodo haciendo del discurso representación que no encerrado en los despachos con los aparejadores de Palau. Por eso existen los spín-doctors! Torra es un activista a quien el destino invistió Presidente de la Generalitat, que se ha encontrado con una parroquia que "le aprieta" porque no quiere que se pase por alto el momento de debilidad democrática que vive el país con presos políticos y exiliados. Su lucha es más en el terreno de los ideales –también se hace política a Lledoners, Waterloo o Ginebra–, que no en el lodazal del pragmatismo que pide la realpolitik.

Al Presidente Torra lo invistieron para hacer república y, a pesar de que la praxis ha demostrado que queda lejos de su objetivo, los únicos momentos donde ha podido marcar perfil propio han sido cuando ha podido hacer proyección institucional: aquí y fuera, con más acierto o meando fuera de tiesto. Pero, el coste de sus viajes no tendría que sorprender, porque la excepcionalidad del momento (desde la emoción) y la mundanidad de la gestión diaria (desde la razón) los pueden llegar a justificar ante su electorado. Y, no hay que olvidar que si bien es presidente de todos, a él lo invistieron con un programa electoral que preveía una acción intensiva en promoción de la causa independentista. Sinceramente, si estos viajes tienen que servir para poder ayudar a proyectar la anormalidad del país, para tejer estrategias de diplomacia pública que permitan legitimar el anhelo independentista y de regeneración democrática de una mayoría de catalanes, bienvenidos sean. Ahora bien, en política hay que buscar la coherencia entre la ética, la estética y la praxis. Por lo tanto, el trabajo en el ámbito de la paradiplomàcia no puede servir para tapar las vergüenzas de un Ejecutivo al que le cuesta ponerse de acuerdo en su gestión diaria, que se contraprograma entre departamentos –como filtran algunos aparejadores– y tiene dificultades para explicar la acción conjunta de Gobierno, cuando toca; por ejemplo, haciendo balance a fin de año.

(Visited 48 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

HOY DESTACAMOS

Deja un comentario