‘Llampugues’ y ‘esclata-sangs’ en Port des Canonge

En la isla de Mallorca, el último fin de semana de octubre todavía hace tiempo de verano a pesar de que durante la semana habían bajado las temperaturas y alguien ya había empezado a hacer el cambio de armario. De hecho, el agua de las calas del litoral de la Sierra de Tramuntana todavía permite meterse en ellas p sin tener que salir temblando. Pero, el perfil de aquellos que hacen vida sosegada asentados en la graba o a las rocas no es el mismo del de quienes frecuentan la isla entre los meses de julio y agosto. Cuando cae el otoño, tendido en la playa, sientes al público 'salar' las palabras o el 'pollencí' y el 'solleric' se adivinan con más facilidad; incluso el visitante extranjero parece de carácter más familiar o vienen a la isla atraídos por las curiosidades naturales. Desde hace unos años, cala Bóquer, cerca de Pollença, se ha convertido en un espacio altamente cotizado entre forofos a la ornitología, que buscan el encanto de las aves migratorias wn la primavera o ver planear el halcón marino.

Más hacia el oeste, la vuelta des General recorre los acantilados que van de Banyalbufar a Port des Canonge, del pueblo al puerto; acontece un recorrido familiar, sin demasiadas complicaciones, que permite entender el desnivel que separaban los núcleos habitados de sa Serra con sus puertos de referencia: ayudan a imaginar la vida contemplativa que tenían los antiguos puertos de pescadores, alejados de la civilización. En la playa de guijarros se extienden los 'escars' muy integrados tocando a los márgenes, que hoy sin tantas embarcaciones resguardan caminadores y bañistas debajo de sus porches cubiertos de ramas de pino seco. La fachada que dibujan sus puertas de madera, alienadas anàrquicamente y pintadas de tonalidades verdosas y de azules pálidos, acontecen la postal más conocida de la cala que, quizás por su rastro marinero y de decadente belleza, todavía no se ha convertido en un lugar de visita obligada para el turismo de sol y playa. En la Sierra de Tramuntana, ¿quién puede competir con las estampas idílicas de la Calobra, el acento inglés de cala Deià, Valldemossa o las calas y miradores de Formentor?

En Port des Canonge la posidonia tiñe de marrón la playa y las barracas miran cara a cara a la tramuntana para homenajear a quienes faenan duramente en alta mar. Tributos también en el plato, porque en el puerto el pescado se cocina "sin manipularlo mucho", recalcan en Can'n Toni Moreno (1963) ahora que es temporada para salir a pescar la 'llampuga' y tan sólo con un toque de plancha se puede ennoblecer enormemente este pescado azul. Este año, la campaña empezó por septiembre y con bastantes buenas cifras: los pescadores de los once puertos, entre Mallorca y Menorca, de donde salen barcas sacaron 1,2 toneladas de pescado al día durante la primera semana. No obstante, los pesqueros no pueden volver con más de 150 kilos de 'llampuga' por barco y día.

Aquel olor de ajo y perejil extendido por el lomo de una 'llampuga' fresca abierta por la mitad hace venir salivera. Y aquellos 'esclata-sangs' con sobrasada servidos de aperitivo han enrojecido el aceite del plato que llama desesperadamente a la rebanada de pan moreno. Momentos de niñez que el amo del local recomienda enérgicamente revivir. Porque en el mar hay 'llampugas', pero a los bosques de pinos y encinas de la Serra, en las zonas de sombra, ya se encuentran 'esclata-sangs' y 'picornells' ('rovellons' y 'rossinyols'). Andando entre las pendientes, pisoteando las hojas, llegan de vez en cuando corrientes de aire húmedo donde se adivina el olor del musgo fresco, que desvelan el interés de los buscadores de setas que ya peinan la zona desde buena mañana. Y que, en algunos lugares, lo harán hasta muy entrado diciembre.

Pero, como todo por todas partes, saber los lugares de donde salen estos caramelos es de los secretos más bien guardados de la población autóctona. Los recién llegados, estta vez más senderistas que buscadores de setas, quizás tendrán la suerte de encontrar cuatro que han crecido despistados cerca del camino, allá donde los expertos quizás tienen menos tendencia a fijarse hartos de cargar los cestos llenos desde las entrañas de los bosques. Sólo los coches aparcados en los arcenes de la carretera que resigue la sierra des d'Esportes al puerto de Andraitx dejan entrever cuáles son los rincones más fértiles. A los forofos que venimos de fuera sólo nos queda la satisfacción de contemplar los parajes que esconde el recorrido del GR221, bajar a las calas y disfrutar del la cocina kilómetro cero que, en Mallorca, no por tener platos poco manipulados no se encuentra siempre una altísima calidad.

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