La caída del caballo, o casi

A juzgar por diversos signos, Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, parece estar dando un giro a algunos de sus planteamientos políticos. Queda por ver si este, digamos, aggiornamento será asumido por su organización y familiares próximos, si afectará también a cuestiones más espinosas, como la territorial, y, sobre todo, si no será solo flor de un día.

En los debates electorales televisados, Iglesias citó no una, sino repetidas veces, la Constitución para avalar sus propuestas fiscales, el derecho al trabajo y a la vivienda, y la necesidad de contar con unas pensiones dignas. Es decir, reconoció y puso en valor la Constitución vigente, la del 78, que hasta no hace mucho denostaba. Un texto, fruto de un pacto nada menos que entre ganadores y perdedores de la guerra del 1936, pero en el que se reconocen los demócratas que lucharon contra Franco.

¿Por qué este ramalazo contra la Constitución y lo que Podemos bautizó como “régimen del 78”? ¿Por ignorancia? ¿Por interés político? ¿Por contaminación tardía del izquierdismo (entendido como enfermedad infantil del comunismo) rampante desde la transición? ¿Quizá por un poco de todo esto y algo más? En todo caso, el resultado fue otra línea divisoria, no tanto entre derecha e izquierda, sino en la propia izquierda. Y, por supuesto, combustible ideológico para el nacionalismo catalán que, encantado, asoció peyorativamente la Constitución al franquismo, la monarquía y, claro, España.

En cualquier caso, y como se viene repitiendo hasta la saciedad, la Constitución, como cualquier otra ley, está para cambiarse, si así lo requieren las circunstancias y hay suficiente consenso para hacerlo. En consecuencia, no es de recibo identificar la Constitución con el régimen del 78” o algunos de sus aspectos más controvertidos, para cargársela.

Avatar de las cosas, la tan denostada Constitución del 78 resulta que incluye cuestiones sociales bastante más avanzadas que las de su entorno europeo. Cosa que pone, entre otras cosas, de manifiesto que ni Santiago Carrillo fue tan traidor como algunos sostienen, ni que los socialistas estaban tan vendidos al capital, ni que las derechas, incluida la procedente del franquismo, eran unos fachas sin escrúpulos.

40 años después, es natural que algunas de las cuestiones pactadas en la Constitución reclaman cambios. Y entre ellas, sin duda, la que se lleva la palma es la territorial. No solo como consecuencia del lío catalán, aunque también, sino porque el modelo autonómico ha tocado techo. Cuestiones como la flagrante contradicción entre descentralización de competencias y la forma de financiarlas, la relación entre territorios y otras cuestiones están llamando con urgencia a la puerta. Y si ésta se abre será en clave federal, desde luego.

Es aquí donde le aprieta el zapato al que se cae del caballo, y muy en especial a sus correligionarios y amigos catalanes ¿Metido en harina, qué le hubiera costado a Pablo Iglesias seguir citando la Constitución para proponer una salida a la cuestión territorial, e incluso declararse federalista? Porque el asunto no está en hablar de la pluralidad de España, en las lenguas en que hablan los españoles, en la nación de naciones y otras generalidades tan biensonantes, como las que citó el secretario general de Podemos ante las cámaras, sino en decir qué es lo que propone Podemos para salir del atolladero, en concreto. Cosa que, claro, igual es pedirle peras al olmo, dado lo rentable que puede resultar la ambigüedad calculada.

Cosa que sus primos catalanes de Catalunya en Comú, ni eso. Se proclaman soberanistas, empatizan con las “entidades”, participan en el pseudo-referéndum de Puigdemont (como movilización) y, si hace falta, echan a los socialistas del gobierno municipal de Barcelona, porque formaban parte del “Frente Frankenstein”, en palabras de Xavier Domenech.

¿Visto lo visto, acabará Iglesias cayéndose del caballo, como su tocayo Pablo de Tarso en su camino a Damasco o, a medio hacerlo, será arrastrado con un pie en el estribo? La respuesta en próximos capítulos, y que sepa la feligresía que ya hay quien empieza a tildar a Pablo Iglesias del Alexis Tsipras español.

 

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