Infodemia, pandemia y ‘procés’

Infodemia es un exceso de información que combina datos rigurosos y falsos, medias verdades, conjeturas, patrañas o rumores. También es el tratamiento alarmista de información con el objetivo de provocar reacciones emocionales que pasen por encima de la razón y los hechos reales. En cambio fake news son simplemente noticias falsas. Todo ello acaba generando confusión y conflicto social en la cuestión en litigio. Un factor clave es el comportamiento de los medios de comunicación.

Obviamente, la incertidumbre que comporta una amenaza sanitaria global o el procés es un poderoso ingrediente para una cobertura
mediática excepcional
. El goteo de acontecimientos y noticias alimenta la expectación y satisface a la vez la necesidad de audiencia de los medios. A pesar de que una parte de la ciudadanía puede contenerse, el despliegue informativo acaba generando miedo o alarmismo.

Un segundo factor distorsionador es la gestión de los tiempos. El momento de máxima expectación y demanda de información se produce al inicio, justo cuando hay menos datos y más incertidumbres. La respuesta científica o técnica a las incógnitas es lenta y se sustituye con hipótesis y conjeturas donde los elementos emocionales deforman la realidad. A todo esto hay que añadir que en estas situaciones sanitarias, económicas o políticas, los expertos trabajan normalmente con proyecciones que son herramientas de trabajo de los expertos que los políticos a menudo obvian, y al hacerlo contribuyen a generar una confusión o alarma.

Por otro lado los medios tienden a situarse en el peor escenario posible, y el alarmismo que se genera se contagia rápidamente a la política. Las informaciones impactan en una ciudadanía siempre muy sensible a cualquier amenaza, y de rebote afectan a los políticos, que tienen que gestionar el problema. Cuanta más atención y más espacio informativo se destina a la crisis sanitaria o política, más intensa es la presión que perciben las autoridades. Otro factor distorsionador es la tendencia a la anticipación que caracteriza a la cultura política actual, consecuencia de una considerable aversión al riesgo.

Los políticos, siempre pendientes de la evolución de la opinión pública en una situación de alarma e incertidumbre, se ven abocados a tomar medidas que responden más a la voluntad de protegerse contra posibles acusaciones de imprevisión que a necesidades objetivas de la ciudadanía.

Dejadme recordar que tanto el Brexit como el proceso catalán han sido organizados para lograr una independencia rápida y total. La realidad muestra que esta supuesta rapidez se va retardando y complicando hasta límites hoy todavía desconocidos. Mientras tanto, en la actuación política, electoral o a lo largo del ejercicio del poder, se utilizan artimañas y audacias para ganar adeptos, venciendo escrúpulos y reticencias, diciendo lo que haga falta para convencer al votante. Ya hemos visto que para ganar campañas y poder es habitual utilizar miedo, odio, falsedades, fomentar instintos defensivos, mezquinos y patrióticos a partir de mitos y leyendas obsoletas.

Mantener la ira y el odio para acompañar a la insistencia de sectores independentistas de que el resultado del referéndum exigido tiene que ser sí o no, blanco o negro, basado aunque sea en el 50% + 1 de los votos emitidos (sin tener en cuenta el censo total), es la manera flagrante de expresar la necesidad de simplificar y falsificar la realidad para hacerla maniquea, manipulable y volver al feudalismo o tribalismo político y social.

La hoguera del victimismo y de la emotividad como motor político sólo puede beneficiar a personas concretas o coaliciones dispares y amorfas que tienen unos intereses que se cuidan mucho de no mostrar claramente y abiertamente. Estas actuaciones políticas sólo pueden tener efectos destructivos.

¿Cuando sabremos el que verdaderamente ha pasado en Catalunya? ¿Cuando sabremos cuáles eran los verdaderos fines y objetivos de la fantasiosa
República catalana independiente y de las estrategias de la Generalitat para protegernos del coronavirus? ¿Cuando sabremos a quien beneficiaban estos procesos políticos? Y, sobre todo, ¿cuando sabremos a quién y de qué manera perjudica frontalmente el llamado proceso? Y de todo esto, ¿nos enteraremos leyéndolo o escuchándolo en explicaciones dadas en catalán? ¿O tendremos que leer la verdad de lo que nos querían hacer en castellano, francés o inglés?

¡Qué suerte tenemos los catalanes de ser poliglotas!

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