Hacienda somos los idiotas

Qué gran disgusto tengo al descubrir que Hacienda no somos todos, sino sólo los idiotas que pagamos religiosamente los impuestos y sufrimos estoicamente los recortes. Qué gran disgusto tengo y qué gracia me hace que la filtración de los Papeles de Panamá coincida en el tiempo con la nueva campaña de la renta, con el pago del IVA trimestral de facturas que todavía no he cobrado y con la enésima amenaza del ministro Montoro al gobierno catalán para que recorte todavía más sus cuentas. Suerte tengo de mis clases de meditación que me ayudan a transformar mis instintos asesinos en energía positiva. Supongo que no soy la única que las practica habitualmente porque no veo a ningún indignado quemando contenedores.

La publicación de nombres ilustres que han hecho fortuna a base de evadir impuestos es un ejemplo de que el periodismo bien hecho es ahora mismo más necesario que nunca. Dicho esto, excepto las manifestaciones en Islandia que han acabado con la dimisión del primer ministro, al resto del mundo parece ser que el escándalo de mandatarios, políticos, artistas y deportistas evasores le importa un pimiento. Supongo que la razón de tanta indiferencia es que todo el mundo que puede evitar pagar impuestos, lo hace y quien no lo puede hacer, sueña con hacerlo algún día. El problema moral se plantea cuando quien comete el delito es el mismo que nos pide que nos ajustemos el cinturón, diseña leyes para recortar el Estado del Bienestar y los derechos laborales, sube impuestos y nos riñe por haber estirado más el brazo que la manga cuando lo único que hemos hecho es endeudarnos para comprar un piso.

Veo por ejemplo las carcajadas que provoca David Cameron entre los miembros de su partido cuando admite que no ha gestionado bien la crisis –no habla en ningún momento de haber engañado a los británicos- y me quedo estupefacta ante tanto cinismo. El caso de Mario Vargas Llosa, antes escritor y ahora esperpéntico rey del papel cuché, me resulta especialmente interesante porque justo hace unas semanas leía su millonario acuerdo de divorcio y me preguntaba cómo era posible que la escritura diese para mantener tantas mansiones. Me sorprende que nunca ningún periodista culturillas haya preguntado a este patricio de las letras su fórmula para vivir tan bien de la literatura. Ahora ya sé cuál es.

La lista de delincuentes fiscales es larga, pero no tengo ni suficiente espacio ni suficiente excremento para cagarme en todos ellos –sean borbones, ministros o jugadores del Barça- y en todos los bufetes de abogados que han ayudado durante años a sus clientes a evadir impuestos vía Panamá o vía otros paraísos fiscales. Lo que sí que haré será dejar de beber Estrella porque casi me atraganto al ver que la familia cervecera Carceller –accionista principal de Damm- me confirma lo que me decía siempre mi abuelo: que las fortunas sólo se hacen robando o defraudando y que las leyes sólo tienen efecto sobre los pobres.

Si mi abuelo paterno –minero y obrero de fábrica que murió de cáncer de pulmón y más pobre que una rata a pesar de haber trabajado toda su vida- estuviese vivo probablemente me diría que la filtración de 11,5 millones de documentos del despacho de abogados Mossack Fonseca es sólo la punta del iceberg y yo le respondería que los pobres vivimos en un Matrix mucho peor que el de los hermanos Wachowski, ahora convertidos en hermanas gracias al bisturí, la silicona y un cóctel de hormonas. Digo peor porque el mundo de Neo, Morfeo, Trinity y el agente Smith al fin y al cabo sólo era una invención de Hollywood. Nuestro Matrix, en cambio, es real y se me hace evidente cada vez que veo en el espejo la cara de idiota que se me queda después de hacer la declaración de la renta.

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