¿Hacia una esfera política europea?

¿Qué es Europa? ¿La geografía que va del Atlántico a los Urales? En nuestra cotidianidad, Europa significa la Unión. Para entender Europa se tiene que visitar Waterloo, y no para pasar por casa del presidente Puigdemont. Waterloo es la antítesis de Europa; Waterloo representa aquel duque de Wellington entristecido que, después de sacrificar a los magníficos Scots Greys pero finalmente ganar la batalla, mascullaba mirando el campo lleno de muerte: "Sólo hay una cosa más triste que una batalla perdida, una batalla ganada". La Europa actual es la negación de Marengo (1800), Austerlitz (1805), Jena (1806), Leipzig (1813) y Waterloo (1815). La antítesis de Somme y del Verderón (1916), de Dunkerque (1940) y de Stalingrado (1942-1943).

Europa es el entramado político y económico que ha dado más años de estabilidad al viejo continente; un entramado que, a pesar de que sus decisiones inciden en más de la mitad de las legislaciones estatales, se ha cuestionado para no dar respuesta a algunos de los grandes retos del siglo XXI. En la época de la inmediatez, de la sobreinformación convertida en desinformación, la Unión no se ha sabido explicar suficientemente bien: no ha podido combatir la oleada de populismo envuelto con la union jack que ha enaltecido el Brexit, no ha sabido parar los miedos difundidos por los autócratas del Este aprovechando la crisis de los migrantes, no ha sabido rebatir las mentiras de Salvini, no ha hablado en plata a los políticos españoles para que bajen las porrea y sean empáticos con los catalanes. Ni, para empeorar las cosas, ha podido imponer la política de los spitzenkandidaten a la hora de escoger quién presidirá el futuro ejecutivo comunitario: Macron, que se paseó por las Tullerías entronizado como el gran estadista europeo pero que ha perdido su duelo con Le Pen, ya los enmendó nada más empezar.

Bastante antes de estas últimas elecciones, el Parlamento Europeo y la Comisión eran conscientes de sus deberes: ha sido la campaña electoral en la que más recursos comunicativos se han abocado a nivel institucional. Ante el posible caos, las instituciones querían reivindicarse. Y, por un cúmulo de motivos que pueden ser varios a lo largo del continente, la participación en estas últimas elecciones llegó al 51%, la más importante en veinte años. Ciertamente, pues, había la percepción entre la ciudadanía que hacía falta tomarse seriamente esta cita electoral, a pesar de que en países como España o Francia los resultados electorales tengan que ser leídos en clave nacional.

Elecciones europeas, voto con perspectiva interna. Desde un punto de vista estrictamente electoral, este será uno de los futuros retos de la Unión: ¿dónde quedan las listas transnacionales?, ¿dónde queda la posibilidad de forjar una verdadera esfera pública (política) europea?, ¿cuando viviremos una campaña electoral con una agenda desacomplejadamente europea?

La configuración del nuevo Parlamento Europeo nos aboca a un escenario de mayor complejidad, con liberales y verdes que han conseguido erigirse como grupos políticos necesarios para poder garantizar la estabilidad del proyecto de construcción comunitario. Se acaba el bipartidismo y la extrema derecha, siempre heterogénea y poco previsible, logra un 23% de los apoyos a pesar de no poderse configurar como minoría de bloqueo. Así pues, hará falta más capacidad negociadora y de empatía entre fuerzas europeístas para avanzar en los grandes programas europeos. Más capacidad de crear coaliciones, a pesar de que la cultura política no es la misma en toda Europa –cómo siempre recuerdan Daniel Hallin y Paolo Mancini– y, por lo tanto, esto también quiere decir más o menos flexibilidad en el arte de negociar: nada que ver con la histórica capacidad de tejer alianzas entre partidos ideológicamente varios del centro y norte de Europa y las dinámicas de coalición de los sistemas de pluralismo polarizado del Mediterráneo.

Estructuralmente, el nuevo Parlamento también tendrá que hacer frente a otro tema espinoso: dos de los nuevos eurodiputados son exiliados, perseguidos por la justicia española, y otro está encarcelado en Soto de Real. Si la diplomacia española de raíz westfaliana había intentado quitar la voz del 1-O del mapa europeo, el independentismo no se rinde y lo inyecta dentro de las instituciones (49,7% de los votos). Europa, este espacio de libertades construido a base de consensos, tendrá otro problema real sobre la mesa: algunos lo querrán invisibilitzar aferrados al reglamento de la cámara y a una interpretación fundamentalista de la LOREG; otros saben que la Unión tiene un nuevo momentum para legitimarse, uno más. ¡Palomitas!

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