¿Etnicista? ¿Nacionalista? ¿Populista? ¿Yo? ¿De qué?

En la reciente presentación en Barcelona de su libro sobre populismo y fascismo, en el turno de palabras animé a Federico Finchelstein a estudiar el caso del populismo del independentismo catalán. Dudo que lo haga, porque le caería enseguida una fuerte campaña en contra alimentada por el secesionismo (a no ser que la conclusión fuera muy benigna), fuerte en recursos y en líderes de clase media y alta, algunos muy bien situados en la academia, con poderosos altavoces y contactos. A mí me parecía, en cuanto que populismo, mucho más interesante y sutil que el muy transparente caso de Vox: cualquier estudiante de primero de carrera acertará correctamente al caracterizar a Vox sencillamente como un partido ultra-nacionalista y ultra-derechista (y soberanista). ¿No son populistas los líderes independentistas catalanes? No respetan las reglas del estado de derecho, ni las instituciones, se inventan otras nuevas, hechas a medida, apelan a la democracia directa, atacan la división de poderes, intentan promover líderes mesiánicos, hablan constantemente de "el pueblo", se apuntan a teorías de la conspiración… Todas ellas características del populismo identificadas por Jan-Werner Müller, entre otros expertos. Efectivamente el populismo es difícil de definir y hay un debate al respecto, pero esto no quiere decir que sea un fantasma, igual que pasa con el socialismo, el federalismo, el liberalismo… Son conceptos abstractos que nos acercan imperfectamente a realidades complejas. No todas las personas que apoyan opciones populistas cumplen todas las caracteristicas con la misma puntuación, pero esto no impide dibujar "mapas de calor" donde se destacan aquellos territorios de alta densidad nacional-populista, como algunas comarcas del interior de Catalunya.

Un señor intentó intentar explicar en Vilaweb (coincidiendo no sé si casualmente con un titular de una entrevista en el Cuaderno del diario El Pais donde se decía que los separatistas catalanes eran vistos fuera como nacional-populistas) que los independentistas catalanes no son populistas, y lo hizo no explicando si los líderes independentistas catalanes se comportan de forma parecida a los líderes populistas en otros lugares, sino explicando que según él los votantes independentistes catalanes no se asemejan a los votantes populistas de otros países, sobre todo porque tienen un nivel educativo más alto. Los populistas son diferentes colectivos en diferentes lugares, pero este señor ha olvidado por ejemplo que en Catalunya, Inglaterra y USA tienen en común (basándome no en una encuesta, sino en los resultados electorales reales) que están sobre-representados en las zonas rurales e infra-representados en las zonas urbanas: miren los concejales que tiene el PSC en el Solsonès y los que tiene JxCat en el área Metropolitana de Barcelona.

Los sectores que han apoyado al nacional-populismo catalán tienen un nivel educativo probablemente superior en promedio al de los sectores que han apoyado Trump y el Brexit. ¿Será porque quienes tienen el catalán como primer idioma (predictor número 1 de tendencias independentistas) son mayoritariamente y en términos relativos de clase media y media alta? Son independentistas porque su grupo social ha desarrollado una identificación identitaria que se expresa en el voto independentista, no porque sean más inteligentes. La inteligencia o la educación que tienen muchos de ellos la ponen al servicio (movilizando el "sesgo de confirmación") de la opción adoptada por razones de identidad de grupo. Esta es al menos una hipótesis creo que sólida de trabajo, basada en la observación sistemática y la lectura de casos parecidos. Cómo toda hipótesis, hay que trabajar mucho más para contrastarla y someterla a crítica.

El historiador económico Eichengreen ha destacado como otra característica común a diferentes nacional-populismos la falta de consideración por las restricciones (sus planes sólo tienen beneficios, no tienen costes), por los pros y contras inherentes a todo proyecto…, y si algo falla siempre es culpa de los otros. Lo vimos en Catalunya en otoño de 2017: se nos prometía una desconexión sin costes, y después del intento que acabó con la fuga de sedes empresariales y de miles de millones en depósitos, dijeron que era culpa de la dureza y represión del estado, claro está. Trump también prometió que hacer América grande llevaría al país una gran prosperidad económica, y cuando cae la Bolsa es por culpa de la China. Boris Johnson ya ha dicho que su desconexión será el 31 de Octubre caiga quien caiga, y que será el inicio de un futuro idílico para su país. Cuando esto falle, ya sabemos que la culpa será de los burócratas europeos.

El economista Pranab Bardhan, buen conocedor de India y Estados Unidos, ha explicado que el populismo no es necesariamente el instrumento de una minoría desvalida, sino que lo puede ser de una mayoría que se siendo amenazada (¿los nacionaliustes hindúes? ¿los budistas radicalizados en Birmania?), y que utiliza herramientas que no respetan las reglas del juego. Un ejemplo de estas herramientas está constituido por los medios de comunicación adeptos (tradicionales y "sociales") comportándose como una secta de hooligans disciplinados, como se explica que era Fox News en los Estados Unidos al menos en los tiempos del magnate Roger Ailes, en la serie The Loudest Voice.

Otro rasgo común, y no específico de Catalunya, es, por cierto, la ausencia de violencia física, compatible con la intimidación, el fanatismo y la polarización, y no incompatible con locos aislados que en cualquier momento pueden hacer un disparate. Por suerte, gracias a las terribles experiencias nacionalistas del siglo XX en Europa, a la existencia de la Unión Europea y a los costes de oportunidad que comporta nuestra prosperidad relativa, hoy la norma social predominante al menos en los países más ricos es evitar la violencia. Crucemos los dedos, porque en la Península Ibérica, incluyendo Catalunya, y en el Reino Unido, todavía sale humo de grupos terroristas disueltos no hace paso mucho y hoy enaltecidos en algunos ámbitos.

Pero todos los nacional-populistas se consideran especiales, diferentes y, sobre todo, buenos. "Para nosotros la ausencia de jugadores negros es sólo una tradición, no somos racistas", dicen los seguidores radicales del Zenit de San Petersburgo sobre su rechazo al jugador brasileño Malcom, de raza negra. Explica el periodista alemán Dirk Schumer: "Hace poco me preguntó irónicamente una señora francesa qué tal me iba, como alemán, en Italia, el país de Salvini". Mi digna respuesta – "en las elecciones presidenciales francesas el Frente Nacional de Marine Le Pen ha recibido el doble de votos que la Liga Norte de Salvini en Italia" – fue rechazada con grandeur por la dama: "Son cosas completamente diferentes", observó.

Pues no son tan diferentes, aunque no hay dos movimientos nacional-populistas iguales, sino que nacen de realidades locales específicas. Es positivo que en Catalunya algunos nacionalistas defiendan no serlo, porque quiere decir que las normas sociales dominantes no aceptan al menos con suficiente tranquilidad de espíritu el término nacionalista (ni el término etnicista, ni el término populista), prevención que es muy saludable. Trump presume de ser nacionalista, pero dijo recientemente que de racista no tiene ni un hueso de su cuerpo, dos días después de pedir a cuatro congresistas de minorías étnicas que volvieran a su país, a pesar de que tres de ellas habían nacido en los Estados Unidos y la cuarta llegó a los 12 años como refugiada, y hoy es ciudadana de este país.

Lo más curioso es como millones de personas, entre ellos líderes con un gran nivel educativo y cultural, siguen apoyando a Trump y no denuncian su racismo. Este también es más grave, probablemente, que el de Torra, los escandalosos escritos racistas del cual ("hienas", "bestias con forma humana") son anteriores a su presidencia, aunque no se ha arrepentido abiertamente de ellos. Pero aquí tampoco han abundado los valientes votantes y ciudadanos independentistas, académicos o no, de buena familia o no, que hayan mostrado abiertamente su inquietud por estar lideratos por una persona con un claro pasado racista.

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