En el lado equivocado de la historia

El gobierno belga ha entrado en crisis, al perder el apoyo del principal partido flamenco, el N-VA, y el primer ministro, Charles Michel, se ha visto forzado a presentar la dimisión. La causa de este estropicio: el Pacto mundial por la migración que, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, firmaron el pasado día 10 más de 150 países -entre los cuales, Bélgica- en la ciudad de Marrakech. 

El N-VA ha demonizado este acuerdo y se ha alineado con las fuerzas políticas populistas que gobiernan países europeos como Italia, Austria, República Checa, Hungría, Estonia, Letonia, Polonia, Eslovaquia… que, haciendo seguidismo de la posición contraria de la Casa Blanca, no han querido subscribir el Pacto de Marrakech al considerar que los migrantes son una amenaza para su soberanía nacional. Hay que señalar que el partido nacionalista N-VA es el gran apoyo y referente que tiene el expresidente Carles Puigdemont en su refugio en Bélgica. 

Sorprende el profundo y unánime silencio de los medios procesistas sobre la crisis del gobierno belga y sus causas. Pero ya lo sabemos: la vieja práctica censora pujolista del “esto no toca” sigue más vigente que nunca en la Cataluña de las postrimerías del año 2018 y esto demuestra la íntima pulsión totalitaria que subyace en todos los movimientos identitarios, aunque se disfracen de modernillos. 

El próximo 26 de mayo, la Unión Europea vivirá las elecciones más decisivas de su historia. La influencia del discurso populista del presidente norteamericano Donald Trump se deja sentir con fuerza en el Viejo Continente y conecta con los partidos xenófobos que, en los últimos años, han ido surgiendo y creciendo en varios países europeos, como el N-VA. 

Estas elecciones al Parlamento de Bruselas serán el test decisivo para saber hacia dónde se encamina Europa y por eso, desde hace unos meses, Steve Bannon -el ideólogo de Donald Trump- focaliza aquí su actividad agitadora. Ya sé que Carles Puigdemont no es de extrema derecha, pero la causa independentista catalana corre el riesgo de quedar instrumentalizada por los poderes xenófobos y ultraconservadores que propugnan la destrucción de la Unión Europea. 

El presidente Quim Torra siempre insiste en decir que los independentistas “estamos en el lado correcto de la historia”. Pero, les guste o no, los secesionistas catalanes deben tener muy claro que, en esta coyuntura europea, juegan en el mismo equipo de Marine Le Pen, Viktor Orbán, Matteo Salvini o Bart De Wever (el presidente de la N-VA) y están “en el lado equivocado de la historia”. Les pasa lo mismo que a los gilets jaunes franceses que, detrás de su discurso inflamado, no hacen otra cosa que alimentar el ascenso electoral de la extrema derecha, como constatan las últimas encuestas. 

Los humanos -con permiso de quienes, como los budistas, creen en la reencarnación- solo tenemos esta vida para vivirla. Aplicar la estrategia del cuanto peor, mejor, que es el mantra de los independentistas más acérrimos, no solo es una frustrante pérdida de tiempo para quien la promueve: es sembrar la infelicidad en una sociedad que, con el instrumento de la democracia, quiere avanzar y crecer de manera pacífica y cohesionada, sin que el vecino del tercer piso, segunda puerta –que, por ejemplo, se considera y ejerce de español- sea el enemigo al que hay que aislar, derrotar y condenar a la marginación.

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