El Parlamento Europeo. Unas elecciones decisivas

En mayo habrá elecciones al Parlamento Europeo. A priori son las que menos nos motivan. Pero, hay algunos indicios que nos pueden hacer reavivar el debate europeo. Una primera premisa: un 80% de la legislación que nos afecta proviene de reglamentos o transposición de directivas comunitarias. En las próximas elecciones al Parlamento Europeo, pues, no sólo oiremos hablar de los beneficios de estar dentro de la Unión -empezando porque el engranaje ha propiciado el periodo de paz más largo de la historia del viejo continente-, sino que seguramente presenciaremos los discursos más políticos (en clave transnacional) que se han oído en campaña electoral.

Desde la crisis de 2008, las instituciones europeas se han visto obligadas a tomar el liderazgo para buscar la estabilización económica de una serie de países con coyunturas muy heterogéneas. Los mal-nombrados hombres de negro, que visitaban asiduamente Grecia, visualizaron la cara más agresiva de las instituciones, así como la negociación del presupuesto italiano ha puesto de manifiesto que Bruselas no quiere quedar en un segundo plano a la hora de prever futuras crisis. La Comisión lo tiene claro: no se pueden hacer políticas sociales a costa, sólo, del endeudamiento. De hecho, en la inauguración del último semestre europeo, el comisario Moscovici no dudaba en felicitar públicamente al gobierno griego por haber presentado el primer presupuesto siguiendo las recomendaciones del Mecanismo de Estabilidad Europeo -con una previsión de superávit presupuestario del 3,5 % del PIB- a la vez que reñía de manera elocuente al tándem Salvini-Di Maio por jugar con fuego con sus cuentas.

El nuevo presidente de la Comisión heredará el trabajo de un colegio que se ha querido caracterizar -o eso quería- por tener iniciativa política. Un futuro presidente, además, que ya vendrá avalado por la negociación y la política de coaliciones que se dé entre los grupos políticos que se configuren dentro del Parlamento, a pesar de que es el Consejo quien tiene la capacidad de propuesta. En estas elecciones, después del experimento exitoso del 2004, se consolidarán los spitzenkandidaten que deben permitir que el presidente no tenga que ser, a priori, el de la lista más votada: ante una Unión cada día más cuestionada por el anquilosamiento de su burocracia se intenta aplicar las lógicas de la política nacional en Bruselas.

Aquí está la clave para entender la esencia del 26 de mayo. La percepción de alejamiento de las instituciones por parte de muchos ciudadanos, junto con una crisis que ha dejado secuelas en todas partes y un proceso de globalización que ha hecho enfrentar a los estados con nuevas problemáticas (la crisis de los refugiados, la transformación del modelo energético, el terrorismo de alcance internacional…), ha hecho reavivar viejos nacionalismos étnicos de carácter proteccionista y ultraconservador, algunos de ellos regresando a la antigua alianza entre el cañón y la cruz. De hecho, el trumpismo ha cruzado el Atlántico y de la mano de Steve Bannon y The Movement ofrece urbi et orbi las claves de un nuevo "nacionalismo populista" que permita volver a la esencia de las comunidades locales y luchar en una guerra cultural contra cualquier intento de romper el statu quo judeocristiano de Europa. La Liga Norte en Italia, Vox en España o el Fidesz en Hungría, son buenos ejemplos de quienes flirtean con el magnate estadounidense.

Las próximas elecciones verán configurar un Parlamento dividido entre europeístas y euroescépticos, posiblemente como nunca se había visto. Una configuración que, además, salpica otro debate más local: algunos partidos instalados cómodamente dentro del establisment comunitario (PP o PSOE) han encontrado una oportunidad de oro para deslegitimar las aspiraciones de los independentistas catalanes, haciendo suyo un argumentario que asocia secesionismo con ruptura, nacionalismo con etnicismo. Nada más lejos de la realidad, porque el nacionalismo catalán, como bien ha definido el profesor Michael Keating, tiene muy poco de étnico y mucho de cívico. Y, no sólo eso, sino también de europeísta. Aquí habrá parte del trabajo de los estrategas del PDeCAT y ERC: romper este argumentario simplista, a ojos de una opinión pública internacional que vivirá atemorizada por el auge de la extrema derecha y, consecuentemente, fácilmente influenciable. Mientras tanto, el PNV lo mirará desde la distancia instalado cómodamente en la gobernabilidad del Estado, así como también el SNP que habita en un sistema político que le ha permitido expresarse en referéndum.

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