‘El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas’

Intoxicados por la cultura futbolística, es natural que a la hora de hacer balance de unos resultados electorales tendamos a poner el foco en las formaciones políticas, en sus estrategias y, sobre todo, en sus líderes, olvidando que el protagonista es la gente que, más allá del big data, las refinadas técnicas demoscópicas, la consultoría, la politología y los intentos de manipulación de las conciencias, sigue siendo imprevisible. Gracias a Dios.

¿Cuántas y de qué naturaleza son las variables que influyen en todas y cada una de los millones de personas a la hora de votar? Muchísimas, pero identificadas, responderán seguramente los profesionales del asunto. Y, rizando el rizo, hasta llegarán a hacer paradigmas de meras anécdotas y viceversa. Frases, gestos, carteles, chascarrillos, sonrisas y lágrimas…, todo será revisitado, analizado y regurgitado tras los resultados electorales, tratando de dar con el objeto que, para bien o para mal, trastocó las previsiones. ¿Todo? A juzgar por los hechos, no.

Enzarzados en la dialéctica ganadores-perdedores, regateando en corto con un montón de lugares comunes, a los partidos y su cohorte quizá se les escapan magnitudes quizá difusas pero determinantes. Entre ellas, por ejemplo, algún cambio de fondo que se está gestando en el subsuelo social, que tiene, cómo no, su reflejo en la política, pero que va mucho más allá de ella, en su acepción vulgar. No en balde, estamos siendo actores de acontecimientos tan trascendentes como el cambio climático, la crisis económica permanente o la mercantilización absoluta de nuestras vidas. Todo eso no sólo deja huella, sino que también contribuye a modificar en un sentido u otro nuestras conciencias.

En este caldo de cultivo, más bien líquido, según Bauman, o volátil, en jerga bursátil ¿cómo no van a influir en unas elecciones cuestiones que no figuran en las agendas más bien ramplonas de los partidos y, sobre todo, en los medios de comunicación dominantes? Empeñados en cascar al enemigo, con argumentos peregrinos, contradictorios, superados y hasta irrisorios ¿quién se va a parar a pensar en el efecto sobre la gente de una repetición de las elecciones? Y desde luego que esto ha influido y mucho en los resultados, no tanto por cansancio de los electores, como pone de manifiesto el porcentaje de participación, sino porque quizá esto desencadena en el cuerpo social o partes importantes de él sensaciones de incertidumbre.

Seguramente, el Brexit, ilustrado a bombo y platillo por estos lares, también ha abundado en ese caldo de cultivo propicio al recelo, el desasosiego y la duda que, desde luego, trasciende de las urnas, pero también le afecta. Porque, al final lo conocido y, específicamente, lo conservador acaba traduciéndose para mucha gente en un refugio ante la destemplanza del clima dominante. Un entorno que no desencadena tragedias, ni cataclismos aparentes sino que, por el contrario, se instala de manera apenas perceptible en las conciencias y determina nuestros actos.

Algo muy alejado, desde luego, de los fantasmas que nos visitaron reiterativamente antes del domingo. ¿A qué suena ahora Cubazuela? ¿Por dónde andan los opinólogos a sueldo? ¿Quién se acuerda del lobo feroz? No, todo eso no es más que hojarasca, casi folklore electoral, comparado con algo bastante más serio y trascendente que nos está ocurriendo. Y si no, volvamos a leer los datos con los ojos bien abiertos y quizá vayamos descubriendo (además de que la pulsión binaria ganadores-perdedores es un trasto inservible a la hora de analizar unos resultados electorales) que si no queremos dejarnos engañar, perdernos en la jungla de la casta mediática o comulgar con ruedas de molino, debemos elevar el tiro de los análisis, introduciendo variables de fondo de las que no se habla o está prohibido hablar. Y que conste, como ocurre con la película, que casi nada tienen que ver ‘Los efectos de los rayos gamma sobre las margaritas’, con lo que se aquí se comenta.

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