El cuarto oscuro de los servicios sociosanitarios

La pandemia actual ha puesto en evidencia en Catalunya que las prestaciones sociosanitarias no se han hecho siempre con el rigor, la seriead y las condiciones que harían falta. Y no lo digo especialmente por el número incontable de muertos que hay estos días en las residencias de ancianos. Más allá del sistema sanitario en sentido estricto, donde, a pesar de la falta de recursos y los recortes, las cosas se hacen con profesionalidad y con una gestión pública que evita situaciones de precariedad, de confusión o de flagrantes incumplimientos, en el mundo sociosanitario las cosas no son, como se ha podido ver ahora, del todo así. Es un ámbito necesario e imprescindible, pero organizado de manera confusa, opaca, oscura, donde lo que es público y lo que es privado se mezcla, como se confunde lo que tendría que ser un derecho con una caridad cristiana mal entendida.

La Catalunya actual continúa siendo un retrato fiel del país que se diseñó en la época pujolista. Al Gran Conductor le gustaba complicar las cosas y especialmente convertir lo que era un derecho en una concesión generosa, que sus adeptos arbitraban de manera discrecional y con actitud displicente. Un mundo donde muy pronto aparecería un gran entramado de fundaciones y asociaciones poco claras que se encargarían de llevar a la práctica las políticas gubernamentales que no se hacían ni con las estructuras ni con la profesionalidad pública. Un sistema de concesiones a empresas privadas, de dotación de recursos públicos, los beneficiarios de las cuales siempre intentaban disimular su vocación crematística con declaraciones benintencionades sobre su extraordinaria y desinteresada función social.

No hace falta decir que, si se pretendía saber quién era quién en este mundo, siempre le aparecían nombres vinculados al mundo convergente, que entrarían
después o estaban de salida de responsabilidades en las consejerías de acción social o de salud. En el mundo muy al estilo peronista que gasta esta gente, el clientelismo político y aprovechar cualquier cosa para hacer propaganda se tenían como derecho adquirido. Emblemáticos y representativos de estos comportamientos lo fueron los honorables consejeros Antoni Comas o Josep Lluís Cleries.

El tema de las residencias de ancianos ha sido uno de los negocios más provechosos e indecentes, tal como se ha puesto de manifiesto ahora. Justo es decir, de todos modos, que hay periodistas que llevan muchos años denunciándolo y no se les ha hecho caso. Pocas plazas públicas y manga ancha a autorizar ofertas privadas sin muchas garantías ni controles estrictos. Instalaciones a menudo deficientes a pesar de ser instituciones carísimas, insuficientes en espacio y equipamientos, con exageradamente muy poco personal y a menudo con un trato muy poco adecuado y poco humanitario a los abuelos que han ido a parar a ellas.

Ciertamente que hay de todo. Cómo también, en casos extremos, algunas residencias que han practicado la técnica de rascar los bolsillos y el patrimonio de los internos. No ha habido ni control ni exigencias sobre unas empresas que han construido su negocio sobre la necesidad de la gente mayor, mientras los gobernantes presumían públicamente de tener el tema resuelto con costes relativamente bajos para ellos y sin tenese que ocupar de ello particularmente. No hay milagros. Son los familiares de la gente ingresada quién cubre no sólo los 'costes', sino también el margen de beneficio bastante amplio en muchos casos que estas empresas presentadas como emprendedoras sociales han acumulado.

Pero el coronavirus ha evidenciado las estructuras frágiles, y a menudo indecentes, sobre las cuales se había establecido el tránsito final de nuestros ancianos. Situaciones dantescas de personas abandonadas a la desdicha de la enfermedad con escasa atención y ningún confort, en residencias abyectas y prácticamente sin personal, y el poco que hay poco adecuado, precario y muy mal pagado. Residencias casi sin capacidad para retirar los muertos que acumulaban, una buena proporción de las cuales eran gestionadas por Mutuam, una sociedad formada por lo bueno y mejor de la consejería de Sanidad de la época de Boi Ruiz.

La Catalunya del amiguismo generó monstruos. En el mundo sanitario y de la asistencia social se concentraron muchos. Todo el mundo miró y mira hacia otro lado porque generalmente los aprovechados acostumbran a ir bien vestidos. Hay dejadeces imperdonables, pero las hay que son criminales.

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