El arte de seducir en Catalunya

A cualquiera que le pregunten, dirá que seducir significa atraer, convencer. Y hay más sinónimos: cautivar, encandilar, fascinar, entusiasmar. En Cataluña, sin embargo, parece que la seducción toma caminos más oscuros y deriva hacia un concepto gótico, más propio del romántico tenebroso que de la claridad de la palabra atractiva y convincente.

El independentismo se topa consigo mismo en la encrucijada del fracaso del procés y descubre, por fin, que su iniciativa es incapaz de convencer. No solo eso: son varios los que ya se han bajado del burro. El mediático Toni Soler y el cupaire Quim Arrufat son dos ejemplos. La ANC fabrica mascarillas y entra en conversaciones para colaborar con Cáritas Diocesana para presentar una imagen solidaria y amable, quizás para seducir. A buenas horas mangas verdes.

En Catalunya, la facción independentista había hablado de ampliar su base social (electoral) mediante la seducción. Conscientes de su minoría, los independentistas sabían que deben seducirnos a quienes no somos independentistas. Pero a veces, quizás por la tremenda frustración que viven tras tantos fracasos, optan por los antónimos de la seducción que son, según la RAE: engañar, tentar, arrastrar, corromper, abusar, sobornar, inducir, embaucar.

Solo así se puede entender que, pocos días atrás, Andreu Barnils, periodista de la cosa nacional catalana contase sin manías que la mayoría sociológica independentista catalana está a la vuelta de la esquina por consecuencia natural del envejecimiento de la población catalana unionista. Los unionistas se irán muriendo, dijo. La opción del periodista (de Vilaweb) no es muy seductora y además contiene un error de apreciación indigno en un periodista: la militancia de la ANC es visiblemente senecta, pero vamos a soslayar este extremo, que es penoso y de mal gusto. La demografía nos mata a todos, Barnils. Eres muy burro y además, te guste o no, ya no eres joven: la vida iba en serio.

La opción del periodista nacionalista es la muerte del enemigo. Eso también se puede llamar ‘solución final, ¿no?. Sus partidarios podrían espetarle: ¿para qué esperar tanto?. La muerte del enemigo se puede acelerar, y solo hace falta echarle la mirada a la Alemania de 1940 para obtener bellos ejemplos de aceleración. Aunque hay más ejemplos, siempre escalofriantes, y algunos más cercanos en el tiempo. Los hay que  quedaron impunes por cierto, como el genocidio de Krajina a cargo de la milicia nacionalista croata, milicia que debe seducir a los independentistas catalanes más calenturientos.

La seducción también afecta al apartado lingüístico: en Cataluña hay una evidencia que pone de los nervios al Grupo Koiné y a la Plataforma per la Llengua. El uso del idioma catalán retrocede a ojos vista. Para combatir la naturaleza promueven leyes, decretos, vigilancias y sanciones. Pero el idioma catalán no seduce. No solo se alejan de él los ciudadanos procedentes de otras partes del mundo que han caído en Cataluña si no que incluso hay disidentes, nacidos catalanohablantes que prefieren la lengua española por su mayor eficacia comunicativa. Entre otras razones que podemos comentar.

La lengua catalana fracasó en todos los frentes, y eso es una evidencia que debería promover la reflexión. Tras tres décadas de imposición en la escuela pública su uso sigue en caída libre hacia la nada. Su literatura, anémica y endeble, aparece cada vez más extinta cuando no más ridícula: Pompeu Fabra y otros (Grupo Koiné, Plataforma per la Llengua, IEC, etc) le asestaron un golpe mortal a una producción literaria sin horizonte y sin futuro. Varias décadas sin ni una sola obra remarcable escrita en catalán deberían estimular la reflexión en vez del onanismo melancólico o a la nostalgia rabiosa y embravecida que vemos. La filiación política de los escritores en catalán al nacionalismo (¿la sumisión genuflexa?) ha sido la estocada definitiva. ¿O no se dan cuenta?.

Solo se me ocurre decirles a los escritores nacionalistas lo que le dijeron Buñuel, Lorca y Dalí a Juan Ramón Jiménez (aunque por razones muy otras): "¡Burros, burros, más que burros!".

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